domingo, 28 de junio de 2020

Crónica de otro bochorno para la historia

por Marcelo Calvente


marcelocalvente@gmail.com

El Torneo de Primera B de 1984 fue muy atractivo. Contó con la presencia de Racing, que venía de perder la categoría de la peor manera: Su clásico rival, Independiente, lo venció en la última fecha y se consagró campeón, mientras su vecino se despedía. Inutilizada la mitad de su estadio, con graves problemas económicos y políticos, afrontó la Primera B con un equipo mediocre que tenía a Miguel Brindisi como máxima figura, rodeado de jugadores del montón. A diferencia de San Lorenzo, que ganó el torneo de ascenso de punta a punta y sin discusión, Racing tuvo un panorama mucho más complicado. La gran sorpresa fue el Deportivo Español, con varios Granates en el equipo titular –Zárate, Ojeda, D’Angelo y Julio Crespo- ganó el título de punta a punta. A las pretensiones de varios de los clásicos animadores del ascenso de entonces, como Gimnasia, Lanús, Nueva Chicago, Tigre y Deportivo Morón, se sumaron dos grandes revelaciones: El mejor Defensores de Belgrano de su historia, que ocupó el segundo lugar, y un sorprendente Argentino de Rosario, clasificado al octogonal final en sexto lugar, detrás de Lanús, con Bertolini, Montero y Jansa en la zona media, y el Colorado Bastía, Billy Ubalner Trebino y el Negro Herrero en el ataque, Argentino le ganó a Racing los cuatro partidos que disputaron durante la estadía de
dos años de la Academia en la B.
     De la mano de Ramón Cabrero, que fue haciendo algunos cambios de relevancia en la alineación titular y se atrevió a colgar Labonia, Lanús fue de menor a mayor y se clasificó para el torneo reducido por el segundo ascenso. Después de eliminar a Nueva Chicago, su camino se cruzó con el del Racing Club. La cuestión empezó en Liniers, en donde Racing era local, y había superado a Morón jugando ahí los dos partidos, el equipo dirigido por Agustín Mario Cejas venció a Lanús por 2 a 1 en un encuentro con pocas emociones. La revancha fue el 12 de diciembre de 1984 en cancha de Independiente, donde el Grana hizo la veces de local y llevó una multitud, integrado por Perassi; Vattimos, Demagistris, Schamberger y Ramírez; Attadía, Mamberto y Vicente; Nigretti, Lebioso y Villagrán. A los 7 minutos de juego, Emilio Misic cobró una mano de Schamberger en el área, que en la rudimentaria imagen televisiva de entonces se observa que no existió. Pensemos que la mano la cobró por intuición, ya que no puede haber visto lo que no sucedió. Pero por la reacción del equipo perjudicado tanto como por la cara de los jugadores del equipo beneficiado, un árbitro de ese nivel no puede no darse cuenta de que se equivocó. En la ejecución, que Perassi le contuvo el remate a Carlos Caldeiro, Misic tuvo la chance de ser justo, pero no lo hizo. La atajada de Perassi le permitía reparar su error. Sin embargo, inmediatamente cobró invasión leve y pasiva el propio Schamberger, falta menor que tampoco se advierte en las imágenes y que normalmente, sobre todo en partidos de tanta importancia, los jueces nunca sancionan. Esta decisión, sumada a la otra, condena a Misic y enciende la mecha de una tribuna que pronto iba a explotar. Porque después del gol de Caldeiro, anotado en la segunda ejecución, el Grana se fue en busca del arco rival, mientras su hinchada explota contra el referí. Poco antes del final de la etapa empezaron a llover piedras, una impacta en uno de los líneas, Misic da por terminado el primer tiempo, y su altanera salida de la cancha enardece aún más a los hinchas Granates. Cuesta encontrar en la historia del fútbol argentino una represión de semejante brutalidad en las gradas de un estadio como la que se desató en el entretiempo en la vieja cancha de Independiente bajo la visera de la popular local. La Policía Bonaerense extrañaba la violencia que había aplicado impunemente hasta 1982 y se sacó las ganas. Entraron a los palazos, con perros, con gases, no les importó que hubiera niños, mujeres ni ancianos. Misic había ido demasiado lejos; pudo haber sido una tragedia. El juez decidió que no había garantías y suspendió el partido con 45 minutos por jugar.
      “¡Parece mentira, pero en la Argentina las tanquetas han llegado al fútbol!”, dijo Víctor Hugo Morales ocho días después, en la tarde del 20 de diciembre de 1984, cuando abrió la transmisión en cancha de Atlanta y dos vehículos de guerra nunca vistos dentro de una cancha encerraban a los espectadores de la tribuna que daba a Corrientes, donde estaba el público de Lanús. El partido prosiguió dividido en dos tiempos, uno de 22 y el otro de 23 minutos. Con resultado parcial adverso y apretado por el reloj, Lanús se siente superior y sale con todo a buscar la victoria. A los 16 minutos, después de que Traverso le saque un tiro libre del ángulo a Gilmar, Nigretti anota para poner el encuentro empatado en uno. El segundo gol se hizo esperar más de la cuenta: recién a los 12’ del mini complemento, Villagrán de tiro libre convierte, el 2 a 1 iguala la serie y deja al equipo a un gol del pase a la final -Racing había clasificado tercero y Lanús cuarto, por lo que tenía ventaja en caso de empate- con once minutos por jugar más el descuento. Silencio en el estadio, sólo algunos estoicos granates que en un día de semana por la tarde, esquivando piquetes policiales durante todo el trayecto, habían llegado hasta Villa Crespo con tres goles abajo y en clara minoría respecto del público de Racing, ahora alentaban a su equipo que estaba a un paso de la hazaña. Con todo lo hecho en su  conciencia, advertido mejor que nadie que Racing no aguanta la pelota y que como un boxeador sentido descubre el mentón y se expone al KO, Emilio Misic se desespera por lo que ve venir -y él sabe perfectamente que debe evitar a toda costa- y toma la decisión que lo hundirá para siempre en la deshonra pública: el mismo árbitro que tanto había perjudicado a Lanús en Avellaneda, de manera inesperada pita el final antes de que se cumpla el tiempo reglamentario y sin marcar el adicionado.
   Cuando sonó el silbato iban 42 minutos. Cabrero salió disparado de manera inmediata a increpar al juez mostrándole el reloj. El entrenador de Racing, que obviamente también tenía los ojos clavados en el cronómetro, rápido de reflejos corrió hacia el medio de la cancha y les indicó a sus hombres que arrojen las camisetas a su tribuna, la lateral que da al ferrocarril. Advertido de la maniobra antirreglamentaria y visiblemente indignado, Ramón Cabrero le señala la irregularidad a Misic, quien sobrepasado por los acontecimientos que él mismo había desencadenado, reconoce su “error involuntario” e indica la prosecución del partido, a lo que Cejas, con su mejor cara de inocente, se disculpa alegando que no disponía de un segundo juego de camisetas. El final estaba cantado y fue al día siguiente en la sede de la Asociación del Fútbol Argentino y de la manera más previsible.
   Repasamos los acontecimientos: Cuando Racing alegó no disponer de ropa para proseguir, Misic suspendió el partido quedando por jugar tres minutos más el tiempo que correspondía adicionar. Ahora la pelota la tenía la AFA. Y como siempre que eso ocurrió, el perjudicado fue el club Lanús: el tribunal de disciplina decidió dar por terminado el partido en un flagrante incumplimiento del reglamento, penando al equipo que tenía su vestimenta y beneficiando al que no disponía de un segundo juego de ropa, exigencia reglamentaria para proseguir el partido, que Racing estaba incumpliendo. Supongamos que sea verdad que no tenían otro juego de ropa, algo descabellado para el fútbol rentado; la AFA no castigó la carencia de equipamiento que exige la regla Nº 4 del Reglamento del Fútbol, lo que equivale a la pérdida del partido. Misic lo dio por terminado y la AFA, cuyo Tribunal de Disciplina lo castigó por sus “errores” con una suspensión por seis meses, convalidó el resultado final perjudicando al que hizo todo para ganar contra viento, marea y Misic, y le dio el pase a la final al equipo infractor. No hay defensa posible para el árbitro, menos aún para la AFA, reincidente por enésima vez, siempre fallando en contra de Lanús.
    Demasiado para ser casualidad. Alguien dio las dos órdenes: por un lado hizo sacar el segundo juego de ropa del vestuario de Racing, y por el otro instó a los jugadores a arrojar sus camisetas. O es más rápido que la luz, o hubo alguien más importante que él, que también dio dos órdenes: una a Misic, para que lo termine, y la otra al intrépido Juan Destéfano, el hombre de acción del entonces presidente de Racing, Enrique Taddeo, para que se ocupe de todo lo demás. Claro que siempre es más sencillo creer que todo fue casualidad.
   El elenco del tramposo Agustín Mario Cejas iba a ser apabullado en la final por Gimnasia, que lo goleará en ambos cotejos y ascenderá a la “A”, postergando a la Academia a militar otro año en la B. Que eso haya sucedido demuestra que la AFA no hizo nada por evitarlo. Dicho de otro modo, que el silbato ejecutor de Emilio Misic no tenía por objeto favorecer al club grande -que caía sin remedio en el desgobierno y la convocatoria de acreedores- para devolverlo a primera, sino impedir que el siempre molesto Lanús, que no quería dar por terminado el juicio a la AFA, lo elimine y tenga la chance de ascender. ¿De qué manera un árbitro que pitó todo en contra de un equipo puede convencer a alguien diciendo que se equivocó?
   Para comprender mejor el marco político en el que esto ocurría es necesario volver por un instante a agosto de 1976. En un extraño atentado que ninguna agrupación guerrillera asumió, había sido asesinado el general Omar Actis, hasta entonces presidente del EAM 78, quien disputaba la conducción del organismo creado por la Junta Militar para llevar a cabo el Mundial 78 con el almirante Emilio Massera, quien inmediatamente después del asesinato de Actis, que él habría ordenado, designó a su par Carlos Alberto Lacoste, a quien puso a cargo del Ente Autárquico, pese a que el ejército había nombrado como sucesor de Actis al general Antonio Merlo. Ante el peligroso panorama, Merlo prefirió no interferir y mirar para otro lado. Si como ocurrió en cada golpe de estado anterior, la AFA no fue intervenida, fue sencillamente porque ya estaba a sus órdenes. Por entonces el EAM 78 era la verdadera entidad madre del fútbol argentino y la Copa del Mundo disputada en junio de 1978 con el nítido respaldo del presidente de la FIFA, el ambicioso proyecto de la dictadura para sostenerse en el poder.
    Según el periodista Pablo Llonto en su libro “La vergüenza de todos”, Joao Havelange había comprometido ese apoyo a Lacoste a cambio de la vida del hijo de un diplomático brasileño, el joven y su novia habían caído en las garras del ejército en el marco del Plan Cóndor. Todo indica que Lacoste cumplió, ya que Havelange lo premió con la vicepresidencia de la Confederación Sudamericana de Fútbol en lugar de Santiago Leyden, y poco tiempo después, el 7 de julio de 1980 le otorgó la vicepresidencia de la FIFA, según describe el periodista Gustavo Veiga, en su extraordinaria nota editorial del diario Página 12 del 27 de junio de 2004, titulada “La cara siniestra del fútbol”. Controlando todo desde el EAM 78, el almirante Lacoste designó al sucesor de su amigo Alfredo Cantilo al frente de la AFA: Julio Grondona, experto dirigente de Independiente y fundador del entonces humilde club Arsenal de Sarandí, quien asumiría el 6 de abril del 79. La estrella de Lacoste se apagó en 1982 al ser denunciado por Juan Alemann, quien lo acusó por enriquecimiento ilícito por los gastos desmedidos en la organización del Mundial, que iba a costar 70 millones de dólares pero terminó saliendo 521 millones de la misma moneda. Poco después, al naufragar el proyecto político de Massera, el pícaro ferretero se quedaba con todo el control del fútbol patrio y pronto, en 1980 y gracias al fiel Havelange, Julio Grondona se convertirá también en vicepresidente de la FIFA.
    En diciembre de 1984, mientras los jugadores de Racing tiraban impunemente sus camisetas a la tribuna, Julio Grondona todavía no había podido lograr que los testarudos abogados de Lanús retiren la demanda iniciada en 1978, con la que el club le había declarado la guerra a la AFA, una guerra que de ninguna manera podía ganar, con Don Julio manejando todo a su antojo, inclusive arbitrajes y resultados. El accionar de Emilio Misic, tanto como el de los árbitros ingleses del 49 contra Huracán, como el de  Jorge Álvarez, dando un tiempo adicional de más de 20 minutos en el 66 ante el mismo rival, como el de Jorge Barreiro en el 77 ante Platense, significó otro más de los duros obstáculos que el club Lanús debió ir superando a lo largo de toda su existencia. Varias pérdidas de categorías y tres años jugando en la “C” demuestran lo mucho que fue perjudicado por los fallos de la Asociación del Fútbol Argentino, desde la creación del profesionalismo hasta la fecha.
   Esa misma noche del 20 de diciembre de 1984, pocas horas después de consumado el descarado despojo, retumbaron las palabras del hombre fuerte de la AFA, que como vicepresidente de la FIFA llevaba cuatro años tratando que Lanús levante la demanda judicial, en los oídos de uno de los principales dirigentes del club del sur, quien lo llamó para pedirle explicaciones: En un rapto infrecuente de sinceridad aleccionadora, Grondona respondió: “Ustedes no quieren entender que mientras sigan adelante con el juicio, en la puta vida van a volver a Primera…”.