por Marcelo Calvente
Transcurría el minuto 15 del
primer tiempo entre Godoy Cruz y Lanús, y salvo el insólito, inexplicable y
desastroso estado del terreno de juego, todo estaba dentro de lo previsible:
Lanús aplicaba a medias su habitual y desconcertante presión en campo rival, el
local cometía errores en el fondo, y la apertura del marcador, con un poquito
más de precisión de los de arriba, se veía venir para Lanús. De pronto,
Castillón se mete en el área y llega exigido hasta la raya de fondo, sin otra
perspectiva que tirar un centro atrás. Maxi Velázquez, que lo había descuidado,
lo corría un metro detrás para tratar de impedirlo con los brazos
exageradamente separados del cuerpo, tal su forma de correr acentuada con los
años y el cansancio acumulado. Cuando Castillón logra ejecutar su envío a media
altura, la pelota se estrella en la mano derecha del defensor granate, por lo
que el árbitro Carlos Maglio sancionó penal, y el ex granate Mauro Óbolo lo
ejecutó bien pegado al palo derecho de Marchesín, que a punto estuvo de sacarla.
Fue 1 a 0
para Godoy Cruz, y ese sería el resultado final de un partido que tenía otro
destino inicial.
Lanús no jugó bien, Godoy Cruz menos. Ambos llegaban expectantes, con 16
unidades y a dos del líder, la victoria depositaba al ganador en la posición de
escolta. Pero las urgencias de uno y otro son bien distintas; el Tomba juega
para salvarse del descenso al que hoy estaría condenado; Lanús tiene otro
frente de competencia más importante, la Copa Libertadores , en la que
tiene una final en Chile a tan solo siete días, aunque en el medio deba
enfrentar a Colón por la competencia local. El panorama granate, ya en
desventaja se tornó similar a la visita a River, y como aquella tarde, Lanús no
encontró los caminos al gol, aunque esta vez dispuso de
más situaciones
favorables. Una vez más no ligó, pero a diferencia del partido ante River y aún
sin jugar nada bien, mereció al menos el reparto de puntos. El quiebre fue ese
penal que Godoy Cruz dispuso, en su única incursión al área enemiga en toda la
primera etapa.
“Llega Castillón, Maxi lo sigue… ¡Penal!” dijo a mi lado el relator.
“Fue penal”, “¡Que penal tonto hizo Maxi!”, “¡Como va a ir a marcar con las
manos separadas del cuerpo!” “Penal, clarísimo, indiscutible” fueron vertiendo
su opinión el resto de los integrantes de la transmisión. “No estoy de
acuerdo”, alcancé a decir. Me miraron raro. Vino la repetición y me miraron más
raro aún. Enseguida se vino la ejecución de Óbolo, y todo siguió su rumbo hasta
la derrota final y el cierre con resignación y tristeza de parte de todo el
equipo periodístico. Más tarde, buscando elementos para tratar de entender
primero y explicar después la 5ª -¡en 11 partidos!- derrota granate en el
presente Torneo Final, me encontré ante la repetición de la mentada jugada del
penal, y luego de observarla con el detenimiento que la circunstancia merece,
vuelvo a decir lo mismo: No fue penal, de ninguna manera.
Una mano en el área es penal, sólo si el árbitro juzga que hubo
intencionalidad. El reglamento, en su regla
XII, lo deja bien claro: “Se concederá un tiro libre
directo al equipo adversario si un jugador comete una de las siguientes tres
infracciones: […] tocar el balón deliberadamente con las manos.” Dicho de otra manera, lo único que tiene que decidir el árbitro, una vez
seguro de que ha habido mano, es si cree que fue voluntaria. Poco
importa si la pelota da claramente en la mano, si la misma está pegada o
separada del cuerpo, si busca a la pelota o si es ésta la que va a aquella, el
árbitro sólo deberá evaluar la intención. Y como nunca podrá conocer los procesos mentales del jugador, en
pocos segundos debe considerar todos los indicios a su alcance para decidir que
el futbolista ha tocado voluntariamente o no el balón con la mano. El resto de
las consideraciones, por muy populares que resulten y mucho que induzcan al
error a los aficionados, al punto de ser consideradas verdades indiscutibles,
carecen de importancia. ¿Qué otra
intención pudo haber tenido Velázquez que no sea la de obstruir con su cuerpo
el centro atrás de Castillón? ¿Qué
jugador cambiaría intencionalmente un envío sin destino claro por un penal en
su contra? Y si de indicios se trata, claramente se observa el intento del
defensor de retirar su brazo derecho hacia atrás, justamente tratando de evitar
que se interponga a la trayectoria de la pelota. A esta hora discutir el penal
suena a lloriqueo, lo importante es evaluar qué dice y -sobre todo- que no dice
el reglamento. Y por lo tanto, no fue, de ninguna manera, penal de Maxi
Velázquez.
Con la derrota consumada, Guillermo Barros
Schelloto realizó una declaración muy interesante: “El Fair Play no puede ser utilizado en contra de su esencia. Cuando algunos
equipos van ganando, sus jugadores se empiezan a tirar al piso, le ordenan a
los chicos que escondan las pelotas en vez de alcanzarlas, y otras trampas por
el estilo. Que todos sepan que Lanús, que no recurre a esos artilugios, por
orden del cuerpo técnico no devuelve más la pelota.” Aplausos. Era hora de
que alguien ponga claridad sobre este asunto, al menos hasta que se empiece a
aplicar la sanción que corresponde a este tipo de accionar deliberado y descaradamente malintencionado que es fingir una lesión,
o esconder una pelota. Esperemos que alguien argumente en contrario. Pero que
sea el técnico Granate quien proponga este debate es, a mi entender, la nota
más grata y destacada de una tarde para el olvido.