martes, 8 de junio de 2021

Hasta siempre, y gracias, amigo


por Julio Edgardo Sanz*

Cuento breve surrealista… o no tanto

¿Se puede experimentar sentimiento por un objeto? Y claro, tu respuesta será en principio negativa porque ellos carecen de alma, permanecen normalmente inmóviles o son movidos por nosotros los humanos. Y quizás con mayor razón aún tratándose de una casa. Pero hace mas de tres décadas, alguien jóven aún, pasaba casi todas las mañanas por el mismo lugar, la misma esquina y observaba ese viejo chalet deshabitado y en venta. Seducido por una suerte de magia que su aspecto tenía, lo visitó y a pesar de algún dejo de abandono en su mantenimiento, le habló con su pensamiento y le dijo: “Todavía no llego pero en algún momento vamos a ser amigos... Vos me vas a abrigar y yo te voy a cuidar”.

   Y felizmente el momento de comenzar a afianzar esa amistad llegó, y ese hombre joven aún cumplió su palabra de cuidar a aquél que habría de brindarle abrigo por más de veinte años, cumpliendo a su vez él secretamente también con su palabra de cobijarlo. Lógicamente el humano podía hablar y más de una vez por algún desperfecto propio de objetos que se usan hizo víctima de algún improperio a la casa que ésta obligatoriamente debía soportar callada, mas luego se arrepentía, y continuaba cuidándola con alegría. Y claro  el hombre empezó a preguntarse si la amistad surgió repentinamente, o quizás fuera un mero

intercambio de favores en un “yo te cuido, y vos me abrigás…”, o tal vez fuese algo más que todavía no podía definir. Los tiempos inexorables se sucedieron, y el viejo chalet fue mudo testigo de alegrías, de tristezas, de familia, de afectos,  de proyectos y desilusiones, de lágrimas y sonrisas, y aquel hombre ya no tan joven, empezó a entender que ese supuesto derecho de propiedad vertido en un mero papel escriturario no era tal, porque había comenzado a anidarse en su mente y espíritu ese “algo” que antes no podía llegar a definir.  Dejó de sentirse “dueño” para transformarse de a poquito, en algo más trascendente de esa masa de ladrillos, hierros, maderas y cañerías obviamente inertes en los hechos, mas no en los sentimientos. Empezó a verse representado en los pequeños rincones predilectos,  en el estilo y los colores, y la vieja casona comenzó a tener una suerte de vida propia, transformándose sus ventanales en sus ojos, sus habitaciones, escaleras y rincones en una suerte de sistemas u órganos similares a de nuestro cuerpo. El ya cada vez menos joven, brindó muchas veces su propio esfuerzo manual para decorarla, pintarla y repararla, porque eran sin dudas manifestaciones de afecto a aquel objeto inanimado en los hechos, pero cada vez más activo en los sentimientos que le brindada momentos de felicidad, llegando más allá de su específica función de protegerlo de las inclemencias de la intemperie.

Mas como todo en esta vida es finito y se cumplen ciclos, el hombre ya sin juventud, hubo de emprender otros caminos, y llegó el momento de la despedida, ambos se pusieron tristones y melancólicos,  pero juraron que mantendrían esa amistad que habían sellado compartiendo alegrías y de las otras... Y que independientemente de sus nuevos habitantes, y hasta incluso de la eventual reforma o reconstrucción  del mudo amigo, el espíritu de ambos quedaría unido al margen de los tiempos.

Gracias querido viejo chalet una vez soñado, y luego hecho realidad. Cuántos momentos de felicidad me diste. Vos para mí no fuiste un mero objeto inanimado, y seguirás siendo un entrañable amigo…