jueves, 30 de noviembre de 2017

Orgullo y tristeza

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Normalmente, sobre todo en las buenas películas, es difícil adivinar el final antes de tiempo. Lo de Lanús era un cuento de hadas, y en parte era eso lo que auguraba un final feliz, pero no era el único motivo. Las últimas grandes victorias obtenidas sobre San Lorenzo y River sustentaban con creces el optimismo. Y durante los primeros 45’ que disputó en Brasil, ante el Gremio de Porto Alegre, Lanús desplegó el mejor fútbol de su historia, y el escenario y la relevancia de la final que tuvo que afrontar, una vez superado el dolor por la derrota, merecen analizarse con mayor detención.
Del mismo modo, había motivos suficientes para dudar de la victoria granate en la revancha, y también tenían que ver con el partido de ida. Después de haberse apropiado con autoridad y solvencia del balón, disputándolo en el primer tramo, dominándolo después, y atacando con decisión y llegando con peligro en los últimos 15’ de la etapa inicial del partido de ida, a partir del reinicio y hasta el final del juego, Lanús ya no fue el mismo. El retroceso distendió las marcas, los futbolistas granates llegaban sobre el rival cuando el balón ya no estaba, y si bien su valla no peligraba e incluso a veces lograba dominar la zona media, el arco de Gremio quedaba demasiado lejos. Lanús se aferró al resultado, confiado por la impotencia ofensiva de su rival, jugó esperando el final con empate en cero. No ligó. El gol lo recibió cerca del cierre por un grave error colectivo para defender una pelota frontal, que además había tomado altura, y que generó un súbito desconcierto de varios defensores, del que fue actor principal quien tal vez haya sido la figura de la cancha, García Guerreño, salvo esa, impasable en el juego aéreo y certero en el anticipo defensivo.
Sin embargo, lo peor que le pasó al Grana en Porto Alegre no fue el gol en contra y la
derrota. Peor fue que Braghieri, el que menos reemplazo tiene de los once titulares, fue amonestado tontamente y se perdió la final. Se dirá que fue dudosa, que el árbitro pudo haberla omitido como había omitido otras del adversario. Pero no. El error de Braghieri fue darle la chance de pensar si a su carrera de árbitro internacional le convenía o no amonestarlo: chau Braghieri. Sabemos que él es así, su potencia y su portento le resultan incontrolables y tal vez sea ese defecto recurrente el que le impide jugar en el primer nivel mundial, porque sus condiciones técnicas, físicas y espirituales lo avalan de sobra.
Aquel partido se jugó desde los bancos. Al comienzo del segundo tiempo Renato decidió cambiar, y tiró la presión sobre la salida. El equipo de Almirón perdió calidad en las entregas y ya no pudo superar el cerco. Y si bien la había pasado mal, el local tuvo la suerte de marcar y se quedó con la certeza de haber ganado la pulseada táctica. Esa superioridad colectiva se acentuó en la revancha, y contó con la ventaja de la disminución de la calidad defensiva de su oponente. En Arias y Guidi, el equipo se sintió inseguro, aunque los peores errores no los cometió Herrera, el reemplazante de Braghieri, que fue designado de manera dramática y a falta de otra alternativa mejor, ya que no estaba en su mejor momento.
La circunstancia desnuda el punto débil de Lanús: la carencia de recambio, el plantel desparejo, la enorme distancia entre los doce o trece que juegan y los demás. Más allá de aciertos y errores, es fácil pedir contrataciones cuando no hay que responder por ellas, es evidente que los pocos refuerzos que llegaron no estuvieron a la altura de las necesidades, algunos no podían jugar la Copa, pero postergaron el desarrollo de los chicos del club. Lanús arrancó como había terminado en Porto Alegre, perdiendo la pulseada táctica y siendo superado, pero con la necesidad de conseguir al menos un gol. Inconexo e impreciso, muy lejos estuvo de aquel primer tiempo brillante de Porto Alegre. Y por su obligación de atacar pese al desorden, cometió errores imperdonables en campo contrario que lo expusieron en defensa, algo que no había sucedido en Brasil.
Gremio ganó en Lanús porque su entrenador volvió a imponer condiciones, Almirón no encontró la fórmula para recobrar el dominio, y el ímpetu por buscar la victoria sin precisión ni ideas fue la llave para los dos goles de la visita en el primer tiempo. Pero no se puede decir que un equipo que ganó tres torneos consecutivos hace unos pocos meses fracasó porque no pudo alzar la Copa Libertadores. No tendremos las estadísticas que mantengan viva la gesta deportiva, no tendremos un banderín que recuerde la Copa que por muy poco no ganamos, y definitivamente, no jugaremos con el Real Madrid el 16 de diciembre próximo para ver quién es el mejor equipo del mundo, pero estuvimos cerca, más cerca que ningún otro club sudamericano. Lo hará el Gremio, que nos ganó con lo justo pero merecidamente.
Nos duele saber que no pudo ser, y nos duele la certeza de un fin de ciclo inolvidable, con la partida de muchos futbolistas excepcionales que nos costará reemplazar, pero nadie podrá discutir que somos el mejor equipo argentino del momento, y no es poco dado los diferentes recursos que disponen clubes chicos y grandes. Tal vez Jorge Almirón tome otros rumbos, pero es innegable que la experiencia del técnico en Lanús, y sobre todo sus resultados, han revolucionado al fútbol argentino. No hay dudas que estamos tristes, sabemos que no será fácil encontrar pronto una oportunidad semejante, pero nos quedan las imágenes, únicas, inolvidables, del mejor equipo de la historia de Lanús, el estadio colmado, la ciudad enloquecida, y un estilo futbolístico que nos sienta a medida de nuestra estirpe futbolística. Es probable que la mayor promesa en lo que respecta a entrenadores del club, Ezequiel Carboni, de gran trabajo al frente de la tercera división, e intérprete alineado con el juego de Almirón, pronto lo reemplace. No es un detalle menor.
Es sabido que la primera experiencia del técnico propio naufragó. La conducción revisó los resultados de la gestión de Gabriel Schurrer en 2010/12 y llegó a la conclusión de que el entrenador no estuvo a la altura, cosa que confirma su campaña posterior. Se acerca la hora de volver a intentarlo, y es justo reconocer que si bien Carboni no contará con la categoría de jugadores que tuvo Chucho, partirá de una plataforma infinitamente más elevada en todo sentido, un logro indiscutible del paso inolvidable de Jorge Almirón por el club Lanús, el gran acierto de la conducción encabezada por Nicolás Russo que asumió en diciembre de 2016.