jueves, 30 de abril de 2020

Los Globetrotters, estigma y legado

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

 El pronto regreso de Lanús a primera para jugar el torneo de 1951 que sobrevino al injusto descenso del 49 dio comienzo al largo período de formación paulatina de un gran elenco que explotaría en el 55, que se quedaría en el intento de ser campeón en el ‘56, iniciando el también largo camino hacia el ocaso que llegaría con el descenso de 1961, una parábola de 10 años para el nacimiento, apogeo y final de un elenco que quedó en la historia del fútbol argentino. Álvarez Vega, Daponte, Emilio Fernández; Osvaldo Gil y Ramón Moyano ya formaban parte del plantel que retornó en 1951 y obtuvo un sorprendente 5º puesto, luego de haber ganado la primera rueda con varias goleadas a favor y la consagración de un gran artillero que había surgido en el equipo que logró el ascenso, José Florio, quien a mitad de campeonato fue transferido a Italia por una suma record para la época. Ese año Banfield estuvo a punto de dar la sorpresa al disputar una final ante un rival superior que lo venció con justicia, el legendario Racing del Chueco García que se consagró tricampeón 1949/50/51. En el 52 se sumaron Cejas, Guidi y Urbano Reynoso, y con los goles de Héctor Catoira, Lanús obtuvo otra vez el quinto lugar, junto a San Lorenzo y Vélez. El equipo de Liniers estuvo a punto de ser campeón en el 53, como Banfield dos años antes, apostando al esfuerzo y el rigor defensivo se quedó con el subcampeonato, a cuatro puntos de River. Ese año Lanús decayó y volvió a pelear el descenso, pero se conformó la dupla central con Prato y Beltrán. En el ‘54, se consolidó una de las líneas medias más famosas de la historia de nuestro fútbol, Daponte, Guidi y
Nazionale, con la llegada de este último, y Lanús volvió a obtener el quinto puesto.

   En el ‘55 se terminaron de armar Los Globetrotters con la vuelta de Moyano y la llegada del talentoso Dante Homérico Lugo, quien rápidamente compone con Benito Cejas una dupla que prometía hacer historia: entre los dos convirtieron 20 goles y Lanús fue la sensación, ubicándose otra vez entre los cinco primeros, detrás de River, Racing, Boca e Independiente. Los Globetrotters ya eran muy populares, su formación: Álvarez Vega; Prato y Beltrán; Daponte, Guidi y Nazionale; Emilio Fernández, Gil, Cejas, Lugo y Moyano se recitaba de memoria y los estadios donde se presentaban se colmaban de espectadores imparciales que asistían seducidos por su juego. Para todos, 1956 tenía que ser el año de Lanús. Con un estilo fino y atildado, bautizado por la prensa como de galera y bastón,  el equipo arrancó el campeonato  con grandes actuaciones y muy buenos resultados. Sin embargo la pronta secuencia de lesiones de jugadores claves como Cejas, Gil y Prato, valores irreemplazables en un plantel demasiado corto, obligó al entrenador Juan Bautista Cevasco a ensayar diferentes variantes. A Cejas lo fracturó de manera anunciada y artera Pipo Rossi en el Monumental en la 9ª fecha, condicionando su futuro y abortando la prometedora dupla ofensiva que conformaba con Dante Lugo. A Prato lo reemplazaron alternativamente Bendazzi, Donnola y finalmente un muy joven Ramos Delgado, quien sería con el tiempo gran figura internacional pero que entonces estaba dando sus primeros pasos. La ausencia de Gil, sumada a la de Cejas, obligo al entrenador a efectuar muchos cambios de posiciones en ataque y promover a un joven delantero de diferentes características, Alfredo Rojas, que con apenas 19 años conquistó 11 goles en 13 partidos disputados, aunque con su potencia y velocidad cambió también el estilo ofensivo del equipo. Con Urbano Reynoso, Emilio Fernández y Dante Lugo alternando en las posiciones de segundo centro atacante -el Nº "10"- y la de peón de brega  -el clásico “8”- los “Globe” convirtieron 59 goles, cifra que lejos estaba de ser record pero que empezaba a tornarse infrecuente, aunque nunca pudieron lograr el equilibrio que le daba el experimentado Osvaldo Gil en la banda derecha, detrás de los delanteros, auxiliando al Nene Guidi en la recuperación.
    Lanús se mantuvo en la lucha por la punta durante todo el torneo. Era segundo con 31 puntos cuando su destino se definió en la 24ª fecha ante River (33) en Arias y Acha, el 28 de octubre de 1956, luego de una etapa inicial en la que el local fue muy superior y se retiró en ganancia por 1 a 0 con gol del Tanque Rojas, que pudo convertir varios más, pero que la gran actuación del golero Manuel Ovejero -el reemplazante de Amadeo Carrizo- y los maderos de su arco impidieron. El complemento fue todo de River, que borró a Lanús y terminó imponiéndose por 3 a 1. En las pocas imágenes que se conocen de ese mítico partido se ve a Ángel Beltrán superado numéricamente por varios jugadores de River, prácticamente comiéndose un “loco”. Esas imágenes coinciden con la versión de algunos memoriosos lo suficientemente sabios del fútbol como para señalar que Labruna se tiró por ese sector y que Nazionale, jugado en ataque en busca del empate, no pudo bajar lo suficiente para dar una mano. La parcialidad granate reaccionó indignada e inauguró un singular modo de protesta: Un número indeterminado de carnés rotos, que la leyenda transformó en millares, volaron por los aires en las adyacencias del estadio. Difícil. Según el historiador Néstor Daniel Bova en el tomo I de su libro Centenario Granate, en noviembre del 55 la entidad tenía 17.507 socios. En el mismo mes del 56, poco después del partido en cuestión, 17.123; y un año después, mientras la bronca y la insidia crecían cada domingo, apenas había bajado a 16.005, ¿los poco más de mil que dejaron de ser socios rompieron el carnet en la cancha aquella tarde? Más que difícil, imposible. Exageraciones del relato oral.
    Lo cierto es que la magia y la belleza construida a lo largo de varios años se desvanecieron después de aquel infausto entretiempo en el que todo cambió de manera irreversible. El público granate no pudo aceptar la derrota deportiva, sobre todo después de aquel gran primer tiempo. Las muchas versiones que hablan de deslealtades y traiciones, todas  carentes de sustento, persiguieron a varios de aquellos futbolistas a lo largo de toda su vida. Posiblemente la caída sea el resultado de una combinación letal conformada por la vasta experiencia del rival en partidos de ese tipo frente a la excesiva responsabilidad de un equipo corto y debilitado por las ausencias, que tenía la obligación de ganar para ser campeón y que jugó golpeado por la decepción que les causó la negativa de una dirigencia que no pudo o no quiso hacer un último esfuerzo para premiarlos mejor en caso de obtener el triunfo. Gran parte del público de Lanús mezcló ambas cosas y los condenó. Sin embargo, no todos dejaron de confiar en el plantel. Una semana después arribó a Rosario un tren repleto por varios miles de hinchas de Lanús que acompañaron al equipo en el choque ante Newell’s por la fecha siguiente. El Grana se puso en ventaja a los 26 por intermedio del Tanque Rojas, el empate del local llegó a veinte del final y fue inamovible. Es misma tarde del 1 de noviembre de 1956 River le ganaba a Argentinos por 3 a 1 y ampliaba la diferencia.
    Aún quedaban cinco fechas por disputarse, en las que Lanús obtuvo tres victorias por goleada, dos empates y sufrió una sola caída -ante Racing en Avellaneda y de manera ajustada por 2 a 1- sumando 8 puntos más para alcanzar las 41 unidades. No alcanzó. River sostuvo su marcha, sumó igual cantidad de puntos que el Grana y se consagró ante Central en la penúltima fecha, totalizando 43. Así, con una enorme frustración a cuestas, el equipo más lujoso de la historia del fútbol argentino se quedó a dos puntos del que sería el tricampeón de los años 55/56/57, logrando su primer subcampeonato, aunque la enorme decepción motivó que tan gloriosa campaña no se festejó. Todo lo contrario
    De manera injusta, los integrantes del mejor equipo de la historia del club Lanús vivieron el resto de sus días con la condena por una derrota que no era un imposible, pero que nunca fue aceptada por un público que ya venía golpeado por el ignominioso descenso del 49, y que tras cinco años de ilusión creciente no pudo entender que en 45 minutos todo se derrumbara.  Esos notables jugadores que nunca dejaron de quererse y respetarse entre sí -ninguno de ellos jamás aceptó ninguna de las versiones injustificadas que circularon y nunca existieron acusaciones cruzadas entre ellos- convivieron con el insulto oprobioso de una gran parte de su público que no acptó la derrota, el grito de “vendidos” que taladró sus corazones hasta su hora final.