martes, 25 de septiembre de 2012

Ir o no ir, esa es la cuestión



por Néstor Grindetti*


La responsabilidad de la dirigencia política, en ejercicio del poder, es trabajar para satisfacer la necesidad de la gente. En política, si no se piensa y acciona en función del bienestar general, se lesiona la esencia del mandato que el pueblo le otorgó a los gobernantes. Y si esa esencia se pierde, cae el sustento que da origen a la legitimidad del contrato implícito entre los gobernantes y los votantes. La gente, a través de su voto, otorga un mandato también a los opositores. No hay democracia en la historia de la humanidad donde el ciento por ciento de los habitantes de un país estén de acuerdo con las medidas de gobierno. La subjetividad en el análisis de una gestión gubernamental es la base fundamental del funcionamiento de un sistema democrático; porque es a través de la discusión y de la
búsqueda de consensos como se llega a la solución equilibrada de los problemas. Así, el poder ejecutivo debería bregar por llevar adelante solamente aquellas políticas que aseguren el bienestar de la comunidad; y la oposición por intermedio de sus representantes en las cámaras legislativas y en los órganos de control, debería velar por la correcta administración de la cosa pública, legislando y controlando de acuerdo al mandato constitucional.
De esta forma, con estos supuesto básicos, el devenir del juego democrático irá moldeando políticas que, en promedio, deberían representar el pensamiento colectivo. Nada será producto puro de las ideas del oficialismo, ni nada podrá ser obra exclusiva del pensamiento opositor.
Ahora bien, puede suceder para mal de la democracia, que un triunfo aplastante en las urnas dé a un mandatario la sensación que puede hacer y deshacer a su antojo a partir del control de la mayoría absoluta de la cámara legislativa. El problema se agiganta si los legisladores oficialistas que ostentan la mayoría, piensan y ejecutan sólo la voluntad del ejecutivo, sin animarse a contradecir sus propuestas. Y llegamos al colmo, si los legisladores opositores, puestos frente a ofertas poco transparentes del oficialismo, se dejan tentar y se pasan a sus filas, ya sea en forma estentórea o no tan elocuente, pero acompañando al primer mandatario en acciones lejanas de las necesidades de la gente. Agreguemos a este cóctel explosivo una eventual incapacidad ejecutiva, falta de ideas y/ó falta de voluntad ó coraje para manejar los destinos de un país, de una provincia ó de un municipio; allí estaríamos frente a un problema muy grave, viendo cómo inevitablemente la vida en sociedad se va complicando, primero por cuestiones que hacen a la vida cotidiana en términos de infraestructura y de los servicios que debe prestar el estado, pero poco a poco, más tarde, aparejando problemas que hacen a la seguridad física de los ciudadanos y, en el límite, tocando el peligroso margen de las libertades individuales.
Imaginemos este escenario, que bien puede estar sucediendo muy cerca nuestro: imaginemos que los habitantes de un distrito deciden hacer conocer su enojo con protestas masivas, pacíficas, pero ruidosas en términos políticos. Hartos de la inoperancia de sus gobernantes, salen a la calle y claman por soluciones que no llegan. El poder ejecutivo no atina a resolver el problema que preocupa a los vecinos, ya sea por falta de capacidad y/ó por falta de apoyo de su propio partido político. Ahora imaginemos a un poder legislativo con absoluta mayoría oficialista. Finalmente pensemos en un responsable del ejecutivo que está preso de una telaraña tejida por su propio partido político que le ha enquistado grupos antagónicos que generan peleas intestinas y llenan de rumores desestabilizantes los corrillos políticos. En ese marco, el gobernante, hace un llamado a la oposición para discutir políticas de estado frente al problema que no atina a resolver……
En el escenario que estamos imaginando se presenta una disyuntiva para la oposición: responder al llamado o quedarse mirando como las cosas se agravan y se mella el sustrato mismo de la democracia. Esta disyuntiva no es difícil de resolver si se antepone el ideal que da sentido al ejercicio de la política: antes que los objetivos personales y partidarios está la gente y sus necesidades. Por eso la oposición debe participar del llamado con sus propuestas y estar dispuesta a dar el debate, pero haciendo saber que sigue siendo oposición y que continuará marcando las disidencias.
Por supuesto que hay diferentes formas de ser oposición, está aquella que acude a un llamado para discutir una política de estado pero manteniendo la identidad opositora y aquella otra “oposición” que vestida de cordero termina siendo el lobo que por un par de contratos tranza con el ejecutivo.
La responsabilidad que el pueblo le exige a sus gobernantes es la de mantener intocables los principios, valores e ideales que hicieron que fueran votados. La gente no nos vota para desestabilizar, la gente nos vota para construir y debemos responder a ese mandato con honestidad, claridad intelectual y coraje político. Seguramente es más fácil escudarse tras un discurso eternamente opositor y declamar que ponemos límites en tal o cual persona. Eso no funciona más, la gente quiere soluciones, no discursos vacíos y oportunistas.
Bajo esta forma de pensar, en el PRO, decidimos estar presentes en el momento en que el señor intendente de Lanús nos llamó para que colaboráramos en la lucha contra el flagelo de la inseguridad. Allí estuvimos, dimos la cara, aclarando que seguimos siendo opositores. Hicimos referencia a las calles rotas, la basura en el espacio público, la falta de atención sanitaria, el clientelismo político, el mal uso de los fondos públicos, el desastre funcional de la administración municipal, las calles inundadas, etcétera, etcétera. Se lo dijimos al intendente y lo dijimos frente a todos los medios. Alguien podría pensar que hubiera sido más fácil si nos quedábamos mirando cómo la estructura de la democracia crujía y después salir a criticar que el intendente era el responsable; por el contrario preferimos involucrarnos, dar la lucha por nuestras ideas, colaborar para apuntalar la construcción de la democracia sin por eso dejar de lado nuestros valores y nuestra dignidad. Llegar al poder por un canal y cuando se está en el poder cambiar a otro, engañando a los votantes que otorgaron mandato, es una afrenta a la democracia y a todos los que, con su voto, nos llevaron al lugar que ocupamos. Por eso nosotros preferimos ser coherentes con nuestro ideario, no dejando que la crítica oportunista nos aparte del camino que nos propusimos al decidir participar en política. Con nuestros errores y con nuestros aciertos, aquellos que nos votaron nos encontrarán siempre en la misma vereda. Y los que no nos votaron no podrán decir jamás que hicimos algo en contra de la gente y a favor de nuestros intereses personales. Quedan los que nos votaron y sienten que aceptar la convocatoria del ejecutivo distrital es una traición, a ellos les pedimos, humildemente, que reflexionen y que nos acompañen a recorrer el sendero hacia un círculo virtuoso en el devenir democrático de la Argentina, donde la tolerancia y la búsqueda de consensos, son herramientas fundamentales y hoy por hoy, muchas veces escasas.
          (*) Jefe del Pro de la 3ª Sección Electoral