jueves, 27 de junio de 2019

Criollos e ingleses locos

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

   Los que hemos sido testigos de la llegada del siglo XXI no dejamos de sorprendernos con la modernidad, con los adelantos técnicos y la evolución permanente del hombre y su circunstancia de tiempo y espacio. Algunos hemos visto el tranvía, hemos convivido con el blanco y negro de la fotografía, los viajes interminables y las dificultades de comunicación entre las personas. Y también hemos visto llegar la televisión, el color, la telefonía celular, la comunicación global y cada vez con mayor celeridad nos acostamos ignorando lo que nos va a sorprender mañana al despertarnos. Pero hay que decirlo: Ni los descendientes de los Supersónicos tienen autos que vuelan, ni es la nieta de Robotina la chica  que viene a limpiar.

    El tema es que cada vez son más los que no tienen nada y bastante menos los que tienen mucho, y la desgracia es que todo tiende a empeorar en lo que respecta a la igualdad de clases y oportunidades. Parece mentira que para el hombre moderno sea tan sencillo aprender a manipular el último prodigio tecnológico, y a la vez se tan difícil lograr la sociedad perfecta, lo que ninguna otra especie viviente puede logar: el conocimiento absoluto, la cura de todos los males, la seguridad y el confort.  El orden social ideal, la igualdad, el respeto de
los derechos del prójimo, la libertad, el imperio de la ley. La vida en plenitud que la humanidad debió haber alcanzado en la última centuria: Un mundo sin guerras, sin hambre, sin maldad.  Si es difícil imaginar lo que no pudo ser, más difícil aún es suponer lo que puede venir. ¿Qué clase de bicho seremos en el futuro? ¿Qué será de ciertas virtudes humanas que supimos enarbolar y que ya están entrando en desuso, como la honradez, la ética, la solidaridad y el heroísmo? En ese contexto bastante previsible que vemos venir, de hacer el amor ni hablemos. Ya aparecerán, si aún no lo han hecho y yo no me enteré, productos que llevarán a la masturbación a la cúspide de la satisfacción sexual del individuo. 
El fútbol es sin dudas el mejor deporte inventado por el hombre, el juego más atractivo, el que exige más cualidades, el que ofrece más variantes, el que despierta más pasiones, independientemente de que haya gente que prefiera el squash, el ajedrez o el tiro al segno. Para entender su importancia hay que remontarse a las últimas décadas del siglo XIX, a poco de inventada la locomotora, en tiempos de la aparición del teléfono, cuando el automóvil estaba por llegar y la TV no existía ni en los sueños, el hombre de occidente descubrió la belleza de patear la pelota con criterio lúdico. Por eso en la Argentina de entonces, el juego de pelota con los pies que tímidamente comenzaban a practicar sólo los hijos de los inmigrantes ingleses y escoceses de buen pasar, quienes concurrían a los grandes colegios británicos que hacían punta en la educación de elite de los futuros profesionales porteños, con programas de estudio que incluían la práctica deportiva, el boxeo, la natación, la esgrima y el fútbol, el nuevo fenómeno de masas.
En esos colegios los alumnos aprendían a jugar en equipo, a desplegar estrategias, tácticas, disciplina, preparación atlética y fair play. Ya por entonces cultivaban el tercer tiempo. Los profesores ingleses viajaban en barco a Londres y volvían con las modificaciones reglamentarias, que por entonces eran muchas y muy relevantes. Momento clave de la historia del fútbol, antes de la Primera Guerra Mundial, el fenomenal boom se daba de manera simultánea en las principales ciudades de Europa y también en las capitales del Río de la Plata. En el centro de Buenos Aires, en Belgrano, Palermo, Quilmes, Lomas de Zamora, La Plata y Rosario los pitucos lo jugaban, mientras al borde del  campo observaban con atención los jóvenes criollos, que se criaban en las calles de los barrios humildes, que iban a la escuela salteado y con los pies al aire, que trabajaban en los tambos, en las curtiembres, en depósitos, almacenes y en los primeros frigoríficos montados a la vera del Riachuelo. Aquel nuevo y extraño entretenimiento tan caballeresco, repleto de reglas victorianas difíciles de interpretar, que para ellos era toda una excentricidad. “El juego de los ingleses locos” lo llamaban, sobradores, pero no podían dejar de verlos jugar.
Tal vez revisando la evolución del nuevo fenómeno que pronto sacudió a las principales capitales del mundo occidental, podemos afirmar que así como la vaca proviene de la india, mientras la mejor pastura del mundo es la que crece acá nomás, de igual modo el nativo de las pampas de América del Sur, al menos hasta las últimas décadas del Siglo XX, el joven criollo fue por lejos quien mejor lo supo jugar. Barcos repletos de futbolistas partieron hacia el viejo continente a partir de los años 30, y si no regulaban el arribo de extranjeros, los europeos lo miraban de afuera. Con la creación de las tácticas, la preparación responsable para la alta competencia y la eficiencia organizativa, las cosas se equipararon, y en la actualidad, los mejores equipos europeos están claramente un escalón por encima de los grandes del nuevo mundo. Pero los mejores jugadores, los que marcan la diferencia, como Di Stefano, Pelé, Teófilo Cubillas, Diego, Francéscoli y Lionel Messi, siguen naciendo en América del Sur.
Podemos decir que las distancias entre los equipos europeos respecto de los sudamericanos se irán extendiendo, en tanto las diferencias entre la calidad de vida en una y otra parte de la tierra sigan siendo cada vez mayores. Si el sur se encamina a la pobreza extrema y el norte se apropia para siempre del bienestar, ya no tendrá sentido competir a nivel clubes, aunque las selecciones de países pobres, conformadas por jugadores que juegan en las grandes ligas del primer mundo, si es que en el futuro perdura la competencia a nivel selección y sólo si se consigue trabajar con mayor eficiencia pese a las distancias, las selecciones del tercer mundo pueden llegar a imponerse y deparar sorpresas antes impensadas como las que estamos observando en la Copa América, donde por estas horas la gloriosa camiseta Argentina acaba de conseguir trabajosamente el pase a cuartos de final al superar al bravo Qatar y ahora deberá vérselas ante Venezuela, nada menos.