martes, 8 de septiembre de 2020

Ramón Cabrero, jugador del Atlético de Madrid

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com 

 Tras vivir 23 años en Lanús, Ramón llevaba una rutina tranquila en el centro de Rosario. Más allá de su fama, aún conservaba su espíritu campechano. Era uno de los más queridos dentro del plantel de Newell’s y, mientras disputaba el Campeonato Nacional de 1971, preparaba sin apuro su casamiento con Ana María, su novia de la infancia. Sin embargo, mientras el equipo peleaba el título cabeza a cabeza con Independiente, Vélez, Chacarita y San Lorenzo, a Ramón se le presentó la oportunidad de emigrar al fútbol europeo. Para que se le abrieran las puertas del Atlético de Madrid mucho tuvo que ver la mediación de Jorge Griffa, ex defensor de Newell’s y de la Selección Argentina, que había jugado en el Aleti desde 1959 hasta 1969. De vuelta en Rosario, seguía ligado a la institución madrileña. Pronto se interesó por Ramón y durante un par de semanas lo siguió de cerca, consultó sobre su conducta y su profesionalidad, y no dudó en recomendárselo a la gerencia de su ex club junto con el delantero brasilero Heraldo Becerra, cuyos padres también eran españoles, condición fundamental para que ambas transferencias fueran posibles. Para facilitar la concreción del pase, Cabrero acordó con el club rosarino no cobrar los seis meses de sueldo que se le adeudaban y ceder el 15% que debía percibir sobre el total de la transferencia para conseguir su salida de La Lepra. Pronto viajó a la capital de España para hacerse la revisación médica y volvió de inmediato para terminar de organizar su boda con Ana María. Como había renunciado al dinero que le correspondía por su pase proyectó una fiesta sencilla, sólo con familiares, amigos y algunos ex compañeros del Granate. Pero un
par de semanas antes de casarse, un sobre llegó a su casa desde Madrid. Llevaba el nombre de Gerardo Martínez, gerente del Atlético, quien le deseaba felicidades por su progreso personal y le enviaba once mil dólares para costear la fiesta y la luna de miel. Hasta entonces, Ramón nunca había tenido tanta plata entre sus manos. El técnico que llevó a Ramón al Atlético fue Maximilian Merkel, más conocido como Max o, simplemente, Míster Látigo. Merkel había nacido en 1918 en Austria. En su vasto recorrido como futbolista nunca se había destacado demasiado. Por el contrario, su trayectoria como director técnico sí lo había catapultado al éxito. Venia de dirigir la selección de Holanda, el Rapid Viena, Borussia Dortmund, 1860 Munich, Nüremberg y el Sevilla, donde se ganó su mote tan particular al instaurar un método de entrenamiento que marcó un antes y un después en la preparación física de los planteles en España. Míster Látigo, que sólo hablaba en alemán, fue el técnico más rígido que tuvo Ramón en toda su carrera. “No sólo se complicaba jugar, sino que además era muy difícil sentarse en el banco. Y eso que yo trataba de entrenarme el doble o el triple que los titulares, que eran mejores que yo, pero evidentemente no era suficiente”, insiste Ramón, quien tuvo su estreno en el Atlético el 14 de mayo de 1971, en el 3 a 1 ante el Betis por la última fecha de la Liga. En esa misma temporada, Cabrero formó parte del plantel que obtuvo la Copa del Rey de 1972, aunque no jugó ni un minuto. Cabrero no estaba conforme con su poca participación dentro del equipo: en la Liga de 1972/1973, ganada por el Aleti, no había entrado ni un solo minuto. Una situación que aquejaba prácticamente a todos los jugadores que no formaban parte del elenco titular. Es que su equipo vivía un presente de ensueño y se preparaba para pelear el título de la 1973/1974 palmo a palmo con el Real Madrid y el Barcelona. Entonces la llegada del técnico argentino Néstor Rossi al banco del Elche le había abierto una puerta para lograr continuidad y Ramón decidió cambiar de aire. Lo consultó con Luis Aragonés, que le dio su opinión: “Para irte a jugar al Elche vas a tener tiempo. Vos estás en el Atlético de Madrid, si te vas, perdés cotización y nunca más vas a tener la chance de jugar en un club como éste” cuenta Ramón que le dijo, y agrega: “Fue el consejo más importante que me dieron en mi vida. No me daba cuenta del lugar en el que estaba. Yo seguía siendo Ramonín, el que jugaba en la esquina de Esquiú y Pichincha con los amigos”. Unos meses después de la charla con Aragonés, el Aleti fue finalista de la Copa de Campeones de Europa, la actual Champions League. La Copa se disputó entre octubre de 1973 y mayo de 1974 y contó con la participación del campeón de cada una de las 30 federaciones más el Ajax de Holanda, el conquistador de la edición anterior, que se incorporó en el cuadro de octavos de final. Tras la salida en 1973 de Míster Látigo, quien regresó al 1860 Munich, el club rojiblanco había contratado al técnico argentino Juan Carlos Lorenzo, quien ya había dirigido al Mallorca y venía de obtener el Metropolitano y el Nacional de 1972 como DT de San Lorenzo de Almagro. En el camino a la final, el Atlético superó en primera instancia al Galatasaray de Turquía; en Octavos dejó afuera a los rumanos del Dinamo de Bucarest; venció en cuartos de final al Estrella Roja de Yugoslavia, que venía de eliminar al Liverpool; y el 2-0 global ante el Celtic Glasgow de Escocia le brindó el pasaje al último partido ante el mejor Bayern Munich de todas las épocas, que contaba en su alineación con siete hombres que un mes más tarde levantarían la Copa del Mundo con la selección de Alemania Federal: Seep Maier, Paul Breitner, Hans-Georg Schawrzenbeck, Franz Beckenbauer, Uli Hoeness, Hans Kappellmann y Gerard Müller. Rummenigge, que recién hacía sus primeras armas, se quedó afuera de los convocados. La primera final se disputó el miércoles 15 de mayo en Heysel, Bruselas, donde solía actuar como local el combinado de Bélgica. Cabrero sabía de antemano que no sería de la partida. Sí, en cambio, lo hizo el cordobés Ramón Cacho Heredia, el ex defensor del Ciclón al que el Toto Lorenzo había llevado al Atlético junto con Rubén “Panadero” Díaz. En menos de diez años, Ramón Cabrero había pasado de jugar en la Tercera de Lanús a acariciar la gloria en el encuentro más importante del fútbol mundial a nivel clubes. Un rato antes del partido, el pibe criado en Lanús Este salió a reconocer el campo y observó un estadio colmado por 49.000 almas, con mayoría de alemanes. “Nunca me voy a olvidar de lo que se vivió aquella noche. Nosotros sabíamos que podíamos ganarle a cualquiera, que éramos buenos de verdad, pero ellos eran prácticamente invencibles. El Bayern era el equipo más goleador de la Copa, hacía de a cuatro por partido”, rememora Ramonín, quien no recuerda haber sufrido tanto en una cancha como en aquella final. Para sorpresa de muchos, el Atlético dominó el juego durante buena parte del encuentro. Tuvo las mejores situaciones de gol y mereció adjudicarse el trofeo en los 90 minutos, aunque no pudo quebrar la resistencia del enorme Sepp Maier y el partido debió definirse en tiempo suplementario. Ramón se arrimó al banco a darles ánimo a sus compañeros mientras Lorenzo los felicitaba por la entrega y les pedía un esfuerzo más. Becerra ya había ingresado y Cabrero continuaba calentando a un costado de la cancha, todavía sin tomar real dimensión de la importancia de estar allí. En el alargue, los alemanes estuvieron más cerca de convertir, pero el que festejó fue el Atlético. El árbitro belga Vital Loraux sancionó un penal que Aragonés cambió por gol a los 114’ de juego. Ramón y el resto de los suplentes celebraron aquel tanto como lo que realmente valía: un título. Y el público del Bayern Munich comenzó a abandonar el estadio. Por primera vez en su historia, el Atlético se preparaba para alzar la Copa de Campeones de Europa. Pero todo se desmoronó de repente: Georg Schwarzenbeck, un grandote que jugaba de marcador central en el equipo de Bernd Dümberger, remató desde 40 metros, la pelota se clavó junto al palo izquierdo de Reina y el punto pasó a ser banca. Justo a partir de esa final, la UEFA había dictaminado que, en caso de empate, no se ejecutarían penales, sino que se disputaría un partido desempate. En el vestuario del Atlético el cimbronazo había sido durísimo. El plantel se entrenó dos días en el predio del Anderlecht y al domingo siguiente se presentó a jugar el encuentro definitorio. La asistencia bajó de 49.000 a 23.000 espectadores, el final parecía cantado. Con Becerra de titular, Ramón otra vez entre los suplentes y ante los mismos once del Bayern, el Colchonero se topó con un rival inspiradísimo que no le tuvo piedad: se fue 1 a 0 al descanso, en el complemento convirtió tres goles más y se quedó con la corona. “Siempre nos quedará la espina clavada por haberlos superado en el primer partido y que nos hayan empatado en el cierre. El gol de ellos nos destruyó psicológicamente y después nos terminaron pegando un baile bárbaro”, se lamentaba Cabrero, parte de un grupo de futbolistas que, pese al resultado adverso, quedó grabado a fuego en la historia del club madrileño. Tras la serie perdida ante los alemanes y sin lugar en el equipo, Cabrero volvió a sentir la necesidad de partir. Tenía 26 años, ya había ganado un dinero importante pero en la última temporada sólo había disputado cuatro partidos. Con un año más de contrato con el Atlético, Ramón fue finalmente cedido a préstamo por un año al Elche de Alicante, adonde arribó junto al delantero mendocino Rubén Cano –ex Atlanta- y con el tiempo estableció una muy buena relación con Néstor Rossi, el entrenador que lo había solicitado y de quien Cabrero no tenía buenas referencias. Como todo vecino de Lanús, había oído desde muy chico la historia de la lesión de Benito Cejas, figura de Los Globetrotters, el 17 de junio de 1956, en la cancha de River. De todas formas, Ramón logró llevarse muy bien con su entrenador. Lo recuerda como un tipo “simpático y muy gracioso, pero muy conservador”, que cada tanto invitaba al plantel a comer asados a su casa y que siempre se mostraba abierto al diálogo. Eso sí: el propio Cabrero pudo constatar que el tiempo no había borrado de su consciencia la lesión de Cejas. “Cuando él y su familia vinieron de vacaciones a la Argentina, yo le pedí a su hijo, Omar, que llevara unas cosas a mi casa. Resulta que Omar fue con Pipo, los atendió mi cuñado y se pusieron a conversar. Y ahí en la puerta, Rossi se mostró nervioso, miraba para todos lados, hasta que le dijo ‘dale, pibe, agarrá esto que me tengo que rajar. Acá en Lanús soy persona no grata…’”. En el Elche, Ramón volvió a sentirse valorado por el técnico y recuperó la confianza al darse cuenta de que sus condiciones seguían intactas. Sin embargo, un sorpresivo desgarro lo marginó de la competencia. Era la primera vez que Cabrero sufría una lesión muscular desde su debut en Lanús en septiembre de 1965, pero no sería la última. Se resintió luego de ese encuentro y pudo regresar recién en la decimoprimera fecha. Entró en el segundo tiempo ante el Zaragoza, fue titular frente al Bilbao y también en la resonante victoria contra el Barça, pero debió parar otra vez. Ramón sufrió otros cuatro desgarros consecutivos que no le permitieron jugar hasta el torneo siguiente. En 1975/1976 tuvo una temporada con menos problemas físicos, pero casi no tuvo participación en el equipo. A mediados del certamen se venció su contrato. “El médico del Elche me hacía parar unos veinte días, pero el dolor no se me iba. Al final, me cansé y pedí una interconsulta con el doctor del Atlético, club que todavía era el dueño de mi pase, y me repuse sin problemas. De todas formas, nunca me pude asentar. Además, el equipo se salvó del descenso por un punto, en la última fecha. Indudablemente, mi paso por España fue muchísimo más productivo a nivel económico y personal que futbolístico”, entiende Ramón. Luego de su estadía en el Elche, Cabrero firmó con el Mallorca, que estaba inmerso en la peor crisis institucional, deportiva y financiera de su historia y en 1975 había descendido a Tercera División. Y allí sí, logró demostrar su potencial, enseguida se ganó la titularidad, convirtió varios goles importantes y el conjunto bermellón logró el tan ansiado ascenso a Segunda B tras liderar la competencia desde la primera fecha. Pleno en el aspecto futbolístico y encantado con el paisaje de la isla, Cabrero tuvo dos muy buenas temporadas en el club, pero sintió que se le había pasado el cuarto de hora en España y decidió regresar a su casa de Lanús con una valija llena de lindos recuerdos.