domingo, 4 de octubre de 2020

Memorias granates: No te vayas, campeón


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com 

 
Cuando el azote implacable del siglo XXI se llevó el último aliento de Juan Fidel Iturria, no sólo el club Lanús, también el fútbol argentino todo se despidió de un hombre extraordinario que supo animar con su histrionismo más de tres décadas de fútbol, cuando el deporte más popular aún no había ingresado de lleno al súper profesionalismo y mantenía parte de la esencia a

mateur y pasional que había sido su cuna. Quienes conocieron bien a Pocho Iturria saben de su difícil historia, de una infancia dura y la calle como hogar, un destino que logró torcer con sacrificio y varios puntos de sutura, para convertirse en lo que fue: un hombre inigualable, un verdadero fuera de serie que, como la cigarra, supo caer y levantarse tantas veces.
   El historiador Néstor Daniel Bova, en su libro “97 íconos de la historia Granate” cuenta las dificultades que el oriundo del pueblo de Gobernador Crespo, provincia de Santa Fe, debió

afrontar cuando aún era un niño, y que ante la disolución de su ámbito familiar llegó a Buenos Aires de la mano de uno de sus tíos, al que las cosas no le fueron bien. Muy pronto, Pochito terminó durmiendo en el Parque Lezama, sobreviviendo gracias a  la solidaridad de comerciantes y vecinos. Sus hermanos habían permanecido en su pueblo natal junto a su madre, que había formado pareja con un hombre que los sometía a duros castigos. Al enterarse, indignado y resuelto, Pocho empezó a practicar boxeo con la obsesión de acudir en ayuda de sus hermanos y castigar al padrastro. Su aprendizaje había sido veloz y la merecida paliza terminó con el malvado en el hospital.  Volvió a Buenos Aires trayendo a sus hermanos y se metió de lleno en el gimnasio. Tuvo una rápida transición en el boxeo amateur y una interesante carrera como profesional, con 67 peleas disputadas, dos de ellas con el que sería Campeón Mundial de Peso Mosca, Horacio Acavallo, quien lo venció en ambas, la segunda por KO. Esa derrota lo retiró de la actividad y le dejó duras secuelas que lo llevaron a una internación en el Hospital Borda y nuevamente a pasar necesidades. Cuando la mano vino mal se dedicó a juntar cartones para alimentar a los cuatro hijos que había tenido con su primera esposa.
    La recuperación continuó en el Patronato de la Infancia, donde conoció a su hermano de la vida, Raúl Toledo, “Pascualito”, quien le abrió las puertas a una nueva profesión de masajista, que Pocho tomó con determinación y que le permitió ingresar al mundo del fútbol de ascenso, primero en San Telmo, luego en El Porvenir y finalmente en Lanús, donde permanecerá durante 38 años, hasta jubilarse en el año 2006. Según cuenta José Luis Lodico, fue el Dr. Pasquali, un médico de la entidad Granate, quien advertido de las cualidades de Pocho como masajista lo motivó para estudiar y perfeccionarse. El gran capitán de Lanús de los años 70 destaca las condiciones de Iturria para la tarea: “Pocho fue un fuera de serie. Por un lado el carácter, siempre alegre, siempre haciendo bromas. Y también como motivador. Pegado a la línea de cal seguía el partido con atención, alentaba a los jugadores y cuando sentía que faltaba apoyo del público revoleaba la toalla, bailaba y levantaba a la gente y al equipo. Y ni hablar como masajista, no hubo muchos como él. Te curaba los desgarros con los dedos. Un esguince de tobillo, que tiene una recuperación mínima de siete días, si te bancabas el dolor del tratamiento, en dos días estabas entrenando normalmente.
    Su nombre y su prestigio fueron siempre en ascenso, pudo montar un consultorio en su casa de Quilmes y muy pronto se ganó el apodo de Manos Mágicas. Todo el mundo quería atenderse con él, los jugadores de los equipos grandes, los actores, las personalidades de la política y la cultura. “Pocho atendía a todos, también a los pibes que no tenían recursos. Yo le he mandado a un montón de jugadores de Claypole y a esos chicos nunca le cobró. Tenía un corazón de oro y en lo suyo era de los mejores” dice el ex futbolista y entrenador Héctor “Nenito” Baillie, nacido y criado en el barrio de Lanús Este, formado en el club al que, luego de vestir muchas camisetas de Primera y del ascenso, retornó para consagrarse campeón del Nacional B 1991/92 junto a Héctor Enrique y el Pato Rubén Darío Gómez, sus compañeros de inferiores. Otro futbolista que recuerda con cariño a Pocho es Néstor Sicher, quien también se refiere a su sentido del humor: “A mí me masajeaba la pierna izquierda y me decía, ‘listo, ya está, que pase otro. La derecha no te la voy a masajear,  si vos no la utilizás…’”.
    Durante los primeros años que estuvo en Lanús le tocó vivir la etapa más difícil, cuando el destino puso al club al borde de la desaparición y ni los jugadores ni los auxiliares cobraban sus haberes. Pocho no dudó en volver a cirujear como cuando era joven. En su casa eran muchos y había que parar la olla. El ex presidente Lorenzo D’Angelo, otro corazón solidario, le conseguía una vieja camioneta para que él y Pascualito puedan juntar cartones por las noches, mientras durante el día asistían al plantel profesional de Lanús. Gabriel Iturria, uno de los hijos de su primer matrimonio, nos cuenta que Marta, su segunda esposa, fue fundamental para que Pocho pueda salir adelante. Alquilaron un consultorio en Bernal y con mucho sacrificio compraron un terreno y levantaron su casa. Pocho fue partícipe de los dos ascensos Granates con Miguel Ángel Russo y también del cuerpo técnico campeón de la Copa Conmebol que encabezó Héctor Cúper. Por esos tiempos formará pareja con Graciela, con quien tuvo un varón y una nena, y más adelante tuvo a su cuarta esposa, con quien compartió sus últimos días. Hugo Molteni, el arquero Granate de los años 80 que triunfó en el fútbol marplatense, se muestra muy apenado por la partida de Iturria: “Estaba entero, muy bien de salud, a Juan no se le notaban los años. Él fue fundamental para que un grupo grande de ex futbolistas de cuatro décadas de Lanús pudiéramos hacer varias reuniones donde compartimos recuerdos y solidificamos la amistad. Estábamos esperando que pase la pandemia para volver a juntarnos. Pero Pocho tuvo la desgracia de contagiarse el Coronavirus y no lo pudo superar”.
     El máximo exponente de la cantera Granate, Héctor Enrique, campeón mundial con la Selección Argentina en México 86, dice: “Pocho Iturria para mí es Lanús. Es como decir Pepe Sand, Lautaro Acosta, Ramón Cabrero, por su dimensión humana y como profesional está a la altura de esos nombres y le corresponde el mismo reconocimiento. Para nosotros los futbolistas fue nuestro papá, nuestro hermano, nuestro mejor amigo. Cuando yo me lesioné la rodilla por primera vez, a mi casa no me trajo ni un dirigente ni el médico, a mí me trajo Pocho y esas cosas no se olvidan nunca. Los que tuvimos la suerte de compartir aquellos tiempos con él siempre lo vamos a recordar de la mejor manera”.  
     La anécdota más famosa de Pocho sucedió durante los últimos cuarenta días de aquel recordado Campeonato de Primera B de 1976, cuando el plantel Granate se mantuvo concentrado en Estancia Chica durante más de un mes, mientras disputaba el reducido por el segundo ascenso. En todo ese tiempo ninguno de los jugadores salió a la calle, apenas podían recibir cada domingo y por un par de horas la visita de sus familiares. Se trató de una verdadera cuarentena en la que los integrantes de un plantel que iba a hacer historia consolidaron su amistad buscando distracción en los juegos de cartas y otros entretenimientos compartidos. Noche por medio se preparaba un cuadrilátero delimitado por sogas y rodeado por las sillas que ocupaban los privilegiados espectadores -cuerpo técnico, dirigentes allegados y los propios jugadores- algunos de los cuales tenían la misión de fallar en la pelea estelar de cada jornada entre Pocho Iturria y su ayudante Pascualito, también con pasado de boxeador, pero amateur. La cuestión es que los futbolistas, entusiasmados con el nuevo entretenimiento, se habían hecho traer un par de guantes de box y tanto aquel al que le tocaba actuar de árbitro como los que tenían que fallar como jueces, se confabulaban cada noche para que Pascualito se quede invariablemente con la victoria, más allá de toda justicia y merecimientos. A Pocho lo volvían loco. Cuando advertían que estaba en condiciones propicias para golpear a su rival, independientemente del tiempo transcurrido, hacían sonar la improvisada campana para terminar el round. Y cuando la pelea al cabo de tres asaltos llegaba a las tarjetas, reflejaban una abrumadora ventaja para el ayudante, ante la bronca de Pocho, el verdadero vencedor. Esa era la principal distracción del plantel  que estaba a punto de obtener el tan ansiado ascenso.
     En la última reunión que hicieron los futbolistas en marzo de 2020, Pocho tuvo su revancha. Con sus 85 años a cuestas, apareció vestido de boxeador y contento como un chico. Abel Moralejo ocupó el lugar del recordado Pascualito y todos disfrutaron de la parodia pugilística, que esta vez sí, fue victoria clara de Juan Fidel Iturria, alias Pocho, que abandonó el cuadrilátero llevado en andas y ovacionado por todos los presentes.