jueves, 8 de octubre de 2020

Por tanta provocación puede tronar el escarmiento

por Omar Dalponte

omardalponte@gmail.com 

 
Al antiperonismo cerrado se le fue la mano cuando decidiò hacer una oposición rabiosa en un tiempo irregular dentro del cual la politiquería barata y malintencionada debería quedar de lado para dar paso a la política con mayúsculas que, en definitiva, es el vehículo más apto para llegar a las soluciones que nuestro país exige.
Ese antiperonismo tiene distintas caras. Algunas de sus variantes, desde hace un tiempo, practican el nuevo deporte como es el de contagiarse unos con otros en tiempo de pandemia mientras descargan tensiones vociferando en manada su odio al peronismo.  No los une un cuerpo de ideas o un conjunto de principios. A quienes se juntan para quemar barbijos y de paso putear a Cristina, si se les pregunta qué es lo que quieren, qué proponen y por qué se amontonan para hacer lo que hacen es imposible hallar una respuesta sensata, clara y bien fundamentada. Están de acuerdo en insultar a la vicepresidenta, y últimamente, en extender el insulto en dirección al gobierno nacional. Pero seguramente no en mucho más.
     Ese antiperonismo que se manifiesta en algunas concentraciones y marchas “antinegro” impulsadas por el macrismo desde las redes sociales, con la colaboración de cierto periodismo servil, no es nuevo ni algo extraño. El odio a Perón y su pueblo nació el mismo día que nació el peronismo, cuando le pegaron un tiro al joven Darwin Passaponti durante la desconcentración

del gran acto del 17 de octubre de 1945. Y tiene sus franjas. Adentro de ese territorio fáunico hay un poco de todo. En su costado más reservado, el de los grandes privilegios, donde tiene su sede el poder real, habita el gorilaje. Pero los gorilas de verdad. Esos que son capaces de bombardear Plaza de Mayo, asesinar, torturar, desaparecer, proscribir, robar, matar a mansalva y violar en cualquier momento y a cualquier hora. En la categoría de malvados supremos estos ocupan, lejos, el primer lugar.          
     En las parcelas ocupadas por lo que alguna vez Arturo Jauretche describió como “el medio pelo de la sociedad” residen quienes en la actualidad, en una suerte de masturbación colectiva se reúnen a las puertas de la Quinta de Olivos, en los alrededores del obelisco y en algunas otras partes. Estos pertenecen a un sector de la sociedad que tradicionalmente quiere ser, o al menos parecerse, a la “clase alta”. Si los poderosos le abren un poquito las puertas están dispuestos a cuidarles la casa aunque los obliguen a dormir afuera. Como hacen los perros de los ricos. En esta franja es donde más se disfrutan cosas como el “viva el cáncer” de los tiempos fatales en que Eva agonizaba. O donde se repiten con extraño placer frases como “las negras abren las piernas para tener hijos y cobrar planes sociales”. O “que se muera la yegua”, “Cristina chorra”, y una que otra lindura que sirve para poner al descubierto la mentalidad de gusano de no pocos “republicamos” de inodoro. En un determinado momento fungieron de caceroleros y de alcahuetes de las corporaciones agrarias, ahora aplaudieron a los policías sediciosos, sueñan con una interrupción del proceso de normalidad constitucional y en actitud de extrema irresponsabilidad hablan de “infectadura” contribuyendo a la propagación de la peste que lastima a nuestro país y a gran parte del mundo. Creen que son “gorilas”. Y hasta en eso se equivocan. Aunque piensen de la misma manera que los gorilas verdaderos no les da el piné para alcanzar tal categoría. En el territorio del antiperonismo, el gorilismo es infinitamente más brutal que estos idiotas deseosos de juntarse en manada aunque ello signifique que puedan morir asfixiados. Estos no son nada más, ni significan algo distinto que el “mordisquito” discepoliano o el gordito cajetilla de los grafodramas de Luis Medrano. Pero, por su desgraciada ceguera, su avanzada enfermedad antiperonista y su estupidez colectiva no advierten que están tensando demasiado las cuerdas dentro de una realidad difícil en que cada día las sensibilidades se agudizan.
     Tanta provocación, tanto insulto, tanta mentira, tanto creer que del otro lado hay gente timorata a la que es posible correr con la vaina, puede desatar una reacción cuyas consecuencias son impredecibles. Que no olviden aquella afirmación del gran General: ”Cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”. Podemos asegurar sin temor a equivocarnos que mucha, pero mucha gente, está al borde de perder la paciencia.
 
   (*) De Iniciativa Socialista