lunes, 27 de agosto de 2012

Un domingo de fiesta y un triste desencuentro



por Marcelo Calvente

marcelocalvente@hotmail.com

Como siempre ocurre, el clima de gran partido volvió a sentirse en La Fortaleza. Lanús no había arrancado de la mejor manera el nuevo ciclo, pese a que en los últimos días quedó en claro que es uno de los pocos clubes que se maneja correctamente, lo que lo distingue de la mayoría sus adversarios, aunque últimamente no pueda trasladar esa superioridad al plano deportivo  Ocurre que el juego pasó a ser la parte del negocio en que se arriesga,  que nunca se puede dominar, ya que algunos clubes lo afrontan con leal proceder y otros se comportan como facinerosos, y que además no depende solo de la planificación, sino también del esfuerzo, la habilidad, la concentración y todas las demás virtudes que tiene para 

entregar el futbolista en el terreno, y la capacidad del entrenador para  articular colectivamente de la mejor manera  el aporte de cada uno en beneficio del conjunto.  
Al cabo de cuatro presentaciones, Lanús sumó apenas cuatro puntos, una cifra pobre, pero obtenida jugando de menor a mayor. Ahora todos sabemos que Colón armó un muy buen equipo que combina orden y actitud con interesantes virtudes ofensivas. Lanús le dio pelea, pero Colón golpeó primero e invirtió la condición de necesidad. Y mientras el granate no conseguía la igualdad, el local tuvo varias para definirlo con amplitud. Contra Newell’s el equipo del mellizo entregó la peor imagen, para colmo de males la expulsión prematura de Díaz lo dejó sin delantero de área y eso hizo inviable cualquier intento de reacción que no sea una pelota afortunada. Ante Vélez y casi sin margen de error, el técnico decidió cambiar y los jugadores le obedecieron, aunque Fritzler luego del final señaló su fastidio por la táctica aplicada. Bien los dos, el equipo porque dejó todo en la cancha, el entrenador porque tuvo la valentía de intentarlo. Los tres encuentros disputados se habían caracterizado por la lucha como condición predominante. Lo mismo ocurrió ante Racing, con empate en uno, donde Lanús ganó en  todos los sectores,  fue superior a su rival y entregó los mejores momentos futbolísticos de lo que va de campeonato.
Hubo un tiempo para pelear -los primeros cuarenta y cinco minutos- donde la pelota fue la excusa de un forcejeo permanente, más emparentado con lo de los gordos alemanes que se empujan en Súper Match, que con lo que se observa en ligas más cotizadas, donde algunos equipos son muy superiores a sus rivales de turno, a los que por lo general le ganan con facilidad. En la Argentina eso ya no ocurre más, cualquiera le gana a cualquiera, y el título premia al mejor de un corto trayecto de diecinueve postas. Después de perder el forcejeo ante Colón y Newell’s, y ganárselo claramente a Vélez para luego terminar dominando el trámite con comodidad y con la pelota en su poder, Lanús ante Racing volvió a imponerse en la lucha grecorromana que fueron los 45’ iniciales, y en el minuto final de esa etapa consiguió la ventaja gracias a un penal algo dudoso. En medio de la contienda, fueron apareciendo en el grana algunos sorpresivos e interesantes aportes individuales: Araujo volvió a ser figura, Goltz y Vizcarrondo fueron sobrios -aunque un desacople significó un dolor de cabeza para ambos- Maxi tratando de superarse. La presencia de Fritzler obliga a estar a tono respecto de su entrega, y Pizarro, el paraguayo Ayala y Pereyra no desentonaron y contagiaron al resto. Del guaraní hay que señalar que su pegada en pelota parada es un arma ofensiva fundamental, que aún no fue bien aprovechada por sus compañeros. Y Pereyra, sin dejar de meterse en la laguna varias veces por partido, ahora alterna sus momentos de ostracismo con apariciones explosivas, como si el espíritu de Blanquito lo apuntalara desde el parecido físico y el recuerdo grato que dejó en Lanús. La lesión de dos compañeros atacantes le dio al pibe Júnior Benítez una chance inesperada. Al principio parecía prematura, jugaba mirando a la nada, como distraído. De a poco empezó a animarse y tiró un par de gambetas punzantes y atrevidas, así fue ganando confianza y empezó a trabajar también con acierto en la función de segundo pivot, aguantando por las bandas el balón con mucha prestancia, permitiendo de esa manera que se sumen al ataque sus compañeros de defensa, y mostrando por momentos mayor entendimiento con Casti y Pereyra. Por no poder pararlo, Corvalán debió haber sido expulsado antes de los quince del complemento, pero en el arbitro pesó el remordimiento por las ganas de cobrar a favor de Lanús su primer penal en más de treinta y tres partidos dirigidos, penal que tal vez fue, pero que podía no haber cobrado; y posiblemente pensando en eso omitió la expulsión del lateral de Racing, una decisión equivocada que no acepta explicación alguna. El Melli advirtió que había que insistir por el lugar de Corvalán,  mandó a Benítez sobre él y le avisó a Araujo que busquen por ese lado, y ahí el lateral de Racing se recuperó y terminó ganándole el duelo al pibe de Lanús. Racing logró el empate en la única jugada de cinco toques que pudo enhebrar, y en el último pase contó con la ayuda de un rebote afortunado que descolocó a Araujo y facilitó la posición de Hauche -que siempre la mete ante Lanús-  para definir cara a cara con Marchesín. En el tramo final y aunque siguió siendo el mejor, Lanús perdió poder ofensivo y los dos terminaron aceptando un empate que Racing festejó y el local terminó lamentando, porque claramente debió haber sido el vencedor.
Lo que ocurrió con Zubeldía y la gente de Lanús en el final merece alguna reflexión. Al menos una parte muy importante del público local había interpretado como una ofensa los muchos pedidos de jugadores granates que cursó Zubeldía durante el receso, quien debía armar un equipo nuevo y para eso necesitaba futbolistas conocidos, como únicamente tiene en Lanús. Desde ese punto, poco se le puede reprochar. Pero la publicidad de llamados suyos a algunos players granates directamente, por afuera de la negociación oficial ante el club, y su obstinación por tratar de llevarse a la mayoría de los nuestros, fue tornando el tema de castaño a oscuro. Sin embargo hoy, en pleno partido, su relación con la entidad a la que le debe todo naufragó definitivamente cuando al borde del campo, después de comportarse todo el partido como un fanático hincha rival, llegó al colmo de camisetear a uno de nuestros jugadores. La gente, que normalmente poco acierta sobre cuestiones del juego, difícilmente se equivoque al interpretar este tipo de ofensas. La camiseta que tironeó Zubeldía es la que llevamos todos en el corazón, y lo que es más grave, es la que él debería llevar hasta el cajón si de verdad no es un ser miserable y desagradecido. Ojalá la vida le de la posibilidad de poder reivindicarse con Lanús -lo que sería hacerlo consigo mismo- pero no deja de ser doloroso que un joven del club, a la hora de defender otros colores, se comporte como un acerrimo enemigo.
Esto recién empieza y todavía no se observan diferencias entre los que están arriba y los que vienen más abajo, aunque sí empieza a definirse quienes jugarán para mantener la categoría. La visita a Sarandí, una especie de mesa examinadora donde desde 2008 en adelante casi siempre resulta  reprobado, se presenta como un desafío bravo pero a la vez una excelente oportunidad de seguir creciendo en el juego y probando variantes en ataque, una buena ocasión para lograr vencer en su reducto al último campeón y uno de los mejores equipos del momento, una victoria ideal para presentar credenciales de candidato a obtener el título.