lunes, 14 de septiembre de 2020

Memoria granate: Profeta en tierra ajena

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

    “¡Atención, atención: se requiere la presencia de Hugo Molteni en la zona de vestuarios. Reiteramos, al futbolista Hugo Molteni, presentarse de manera inmediata en al acceso a los vestuarios…!” El desesperado pedido de los altavoces pasó desapercibido para los casi 50.000 espectadores que poblaban las tribunas del Gasómetro en la tarde del 18 de diciembre de 1976, pero no para él. Hugo Alberto Molteni tenía apenas 16 años y era el tercer arquero del equipo Granate que estaba a punto de jugar un partido crucial, después de perder tres finales por tres ascensos consecutivos. En 1974 ante Estudiantes de Buenos Aires, en 1975 ante San Telmo y a mediados de ese año 76 Almagro lo había vencido posibilitando el ascenso de Platense, que había llegado a esa instancia con un punto menos. Desde la repleta popular de Lanús, Huguito se encaminó como pudo, esquivando controles, hasta llegar al vestuario minutos después de que arribaran los dos arqueros que la delegación había olvidado en Estancia Chica, que habían logrado llegar a tiempo de milagro. Finalmente, en esa tarde que pudo haber sido trágica, Lanús conseguiría uno de los triunfos más decisivos de su historia.
     El pibe nacido en Villa Obrera el 6 de junio de 1960 había comenzado su carrera en infantiles a las órdenes del gran formador de aquellos tiempos, el uruguayo Ricardo Acosta Bonnet, y había crecido jugando junto a nombres que trascenderían: Horacio Attadía, Néstor Sicher, Claudio Nigretti y Héctor Baillié. En 1976 había ido al banco en una oportunidad, pero su debut se produjo el 15 de abril de 1978 ante San Telmo en cancha de Lanús, con victoria por 4 a 2 de la visita, un año difícil que terminaría con el descenso a Primera C. Apodado El Antílope, Molteni defendió la valla Granate hasta 1984 en 29 ocasiones, siempre
detrás de José Felipe Perassi. Su tarde negra fue la del 25 de agosto de 1984 en San Nicolás ante Argentino de Rosario, cuando una pelota sencilla tropezó con una huella del demonio y esquivó su mano para irse irremediablemente al fondo de la red y decretar el empate en 2 definitivo en un partido clave que Lanús estaba a punto de ganar. Ese gol bobo, para un arquero joven que jugaba poco, fue el obstáculo insalvable para seguir intentando ser titular en el club de sus amores. El hincha de Lanús post Globetrotters no tenía término medio: el que jugaba bien era ídolo, pero el que fallaba era un vendido.
    En aquel torneo de Primera B de 1984 que contó con la participación de Racing, Molteni (foto) atajó 19 partidos y Lanús, con Ramón Cabrero como DT, mantuvo un invicto de 12 fechas -entre la 19ª y la 32ª- con 6 victorias e igual número de empates. La racha se cortó en Avellaneda ante la Academia, que con un gol de otro vecino de Lanús, Carlos Caldeiro, se alzó con la victoria por la mínima. En los días previos a ese partido, un referente de la barra Granate acompañado por un capo de la Guardia Imperial fue a hablar con Molteni con una propuesta indecente, por entonces habitual, y una suma muy importante de dinero para “ir para atrás”, propuesta que  Hugo no sólo rechazó sin dudar, sino que además fue directamente a hablar con Néstor Díaz Pérez para ponerlo al tanto. El dirigente se puso en contacto con los máximos referentes de la barra y el infiel decidió abandonar la ciudad, ya que al no ser localizado, su casa ardió bajo las llamas.
     Mientras jugaba salteado en la primera del Grana, Hugo no faltaba un domingo a sus compromisos por la vieja Liga de Fútbol Amateur de Lanús, que hoy ya no existe. Defendió los colores de La Maquinita, Pellerano y Progreso. Era una competencia dura, con canchas difíciles y mucha gente alrededor de la línea de cal, en la que a veces se producían incidentes y agresiones de todo tipo. Arbitrar era realmente difícil. Un referí de apellido Cabrera, que era masajista y boxeador, y que solía imponer autoridad con su fama de noqueador, luego de un tumulto desafió a Molteni a pelear. Ambos contendientes se encerraron en uno de los vestuarios de la cancha de La Maquinita, ubicada en Madariaga y Gral. Rodríguez. Los presentes desde afuera escuchaban en silencio los ruidos de la lucha y veían como la precaria construcción estaba a punto de derrumbarse. Temerosos de que las cosas se vuelvan irreversibles, tiraron la puerta abajo e ingresaron para poner fin al pleito. Los dos estaban maltrechos, pero el único que salió caminando por sus propios medios fue Hugo Molteni. La historia se hizo mito, y como suele ocurrir, si todos los que dicen haber presenciado el incidente, de verdad estuvieron en el lugar, el partido debió jugarse en el Monumental…  
    La carrera deportiva de Molteni siguió adelante en distintas instituciones del ascenso: Sarmiento de Junín en 1985, El Porvenir (86), Villa Dálmine (87), Almirante Brown (87/88), Temperley (88/89), Argentino de Quilmes (89/90), Alumni de Benito Juárez y Gimnasia de Tandil, siempre con la dificultad para cobrar sus haberes como principal obstáculo, hasta que en 1990/91 el Ruso Zielinski, amigo y vecino de Lanús, lo recomienda para Kimberley de Mar del Plata. En La Feliz, su vida va a cambiar por completo: después de cinco años sin festejar, Kimberley vuelve a ser campeón del torneo corto disputado durante el primer semestre, relegando a Alvarado, el más grande de Mar del Plata. Ambos equipos van a una final que se define desde los 12 pasos, después de contener ¡cinco penales! Hugo Molteni fue la gran figura de un año inolvidable para el humilde Kimberley.   
   El ex delantero Sergio Elio Fortunato, hombre formado en Kimberley, pasa a trabajar para Aldosivi, que con el controvertido empresario Oscar Salerno en la presidencia intenta colocar al club del Puerto en el Nacional B. Fortunato lo recomendó y Molteni  se transformó en la gran figura de Aldosivi, que en los años 1993 y 94 obtiene el bicampeonato de la Liga. Por entonces viaja a Tandil con Aldosivi para enfrentar a Gimnasia de esa ciudad, que contaba en sus filas con un joven futbolista que Hugo había conocido un año antes, cuando había ido a jugar un amistoso contra la selección juvenil de la ciudad serrana: Mauro Camoranesi, que entonces tenía 17 años y estaba desesperado por acceder a un fútbol más competitivo. Molteni habla con Serrano, quien no le presta atención. “No tengo donde llevarlo, Hugo, no puedo pagarle un hotel”. Pero el Hugo no duda: habla con el padre del jugador, y con el ok previo de su esposa, se lo lleva a vivir a su casa.
    Durante algún tiempo, el pibe de Tandil comparte la pieza con Maximiliano Molteni, el hijo del jugador. Ambos tenían 17 años. Rápidamente, el pibe que aún no sabía que sería Campeón del Mundo en 2006 jugando para Italia, se adapta a su nueva vida en La Feliz como uno más de la familia. Advertido de sus condiciones, muy pronto Aldosivi le compra el pase a su papá en 2.000 dólares y le consigue un departamento para que esté más cómodo. Aunque Hugo sigue siendo su tutor, Fortunato se transforma en su representante, y lo seguirá siendo hasta el final de su carrera. En 1993, en un clásico ante Alvarado disputado en el desaparecido Estadio General San Martín, en una dura entrada contra un lateral, Camoranesi le entra muy mal a Javier Pizzo -por entonces pretendido por Racing- y le rompe la rodilla izquierda. El diagnóstico será rotura de ligamento cruzado anterior, de ligamento cruzado posterior, de ligamento lateral externo, de menisco interno y externo, de la cápsula de la rodilla, del tendón del bíceps, de nervios varios, hematomas y desgarros. La imagen del estado de la pierna del jugador al salir en camilla da escalofríos. Pizzo aún no lo sabe, pero no volverá a jugar al fútbol.
    El público de Alvarado, mayoría absoluta, al finalizar el partido provoca graves incidentes con el objetivo de hacer justicia por mano propia. Mientras en las calles hay corridas, golpes y piedras, para intentar sacar al jugador del estadio se disponen dos patrulleros que son los blancos de todas las acciones, mientras el pibe de Tandil se va en el baúl del auto de  Molteni. La grave lesión generará un fallo inédito en la justicia de Mar del Plata, que dieciocho años después llegará a la Suprema Corte. En 1996, luego de tres partidos para definir el acceso a la nueva plaza en el Nacional B, Aldosivi se vuelve a imponer a Alvarado. Un año más tarde, cansado de lidiar con Salerno, el Antílope dejará el puerto para ir a defender la valla de Alvarado y será idolatrado por sus hinchas, tanto como lo había sido jugando para Kimberley y Aldosivi. Presente en 10 clásicos de La Feliz, 8 para Aldosivi y 2 para Alvarado, nunca le tocó perder.  Su retiro será tras la vuelta a Aldosivi, disfrutando del cariño y el respeto de todo el fútbol de la ciudad. En su retorno a Lanús puso una agencia de remis y con el tiempo se transformó en secretario general del gremio.
    En los primeros días de febrero de 2014 Lanús es nota de tapa anunciando la contratación del consagrado Mauro Camoranesi en su retorno al país. Por esos días, Maxi Molteni fue a visitar a su antiguo amigo. Con mal trato con la prensa, con golpes a un rival en un amistoso, el recién regresado era noticia frecuente. Recibió a Maxi con frialdad pero con cariño y le pidió que le diga a su papá que quería verlo. Una mañana, ante algunos testigos ocasionales, Molteni lo fue a saludar, pero fue atendido de manera distante. A pedido del futbolista y con la promesa de que lo llamaría para invitarlo a comer y charlar con mayor tranquilidad, Molteni le dejó una tarjeta. Y como sospechaba, Mauro nunca lo llamó y él no le dio mayor importancia. “Mi mayor orgullo es que soy el único arquero que llegó de infantiles a jugar en la Primera del club. Alejandro Limia estuvo cerca, pero debutó en Arsenal. Hizo una buena carrera pero no pudo darse el gusto de atajar para Lanús. Ojalá que alguno de los pibes del club pueda cumplir ese sueño…”