martes, 11 de septiembre de 2012

Los intocables


por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com          
Languidecía lenta y placidamente un domingo más de fútbol apasionante, con mucho público en los escenarios y con algunos muy buenos partidos, como Rafaela-All Boys, un ida y vuelta a fondo con llegadas profundas en cada intento ofensivo de ambos elencos, o River-Newell’s, un partido con trámite cambiante donde cada contendiente tuvo minutos favorables de brillo futbolístico: Newell’s desde el inicio hasta los 20’, uno a cero arriba; River desde allí hasta los 20’ del complemento, donde mostró lo mejor y pasó a imponerse por tres a uno, y enseguida pasó a ser dominado en forma absoluta por el rival, que también supo convalidar en la red y convertir el 3-1 parcial en favor de River en 3-3 final con sabor a victoria para Newell’s. Hubo
también sorpresas, como el 4 a 0 a favor de San Martín de San Juan ante el mismísimo Arsenal, último campeón, que llegaba con un largo invicto en las alforjas, o la caída de Racing en Córdoba ante Belgrano por uno a cero, con el Pirata aguantando la ventaja con dos hombres menos durante los últimos treinta minutos. Hubo, como siempre, un par de bodrios, pero el fin de semana terminaba sin novedad después de una interesante jornada, hasta que por la noche, la infaltable noticia de cada fecha empezó a ser difundida. “Tres barras baleados tras el partido entre Independiente y Quilmes” titulaban los sitios de información, y especificaban más abajo: “Luego del encuentro hubo un enfrentamiento entre hinchas de Independiente que dejó un saldo de tres heridos de bala, entre ellos uno de los líderes de la barra brava del ‘rojo’...”  Cada fin de semana, una nueva batalla con heridos y muertos se libra a la sombra del poder sobre la barra de un equipo de fútbol de la Argentina, y la única reacción de las autoridades nacionales y provinciales es decir: “¡Qué barbaridad! ¡Cuanta violencia que hay en el fútbol!” y mandar el camión a retirar los cadáveres y limpiar la sangre derramada, que como siempre, corre a raudales por las rutas argentinas. 
Colonialistas e independentistas, unitarios y federales, peronistas y gorilas, todos han derramado sangre a lo largo de la historia argentina sin que la relación de clases se haya invertido, lo que indica a las claras que sector salió victorioso de cada una de esas contiendas. Después de varias rupturas del orden democrático, algunas muy sangrientas como la que depuso a Perón, otras sacando al presidente a empujones, como hicieron con Arturo Illia, cuando el poder burgués se vio amenazado de verdad, como en varios otros lugares del mundo, la oligarquía cívico militar no dudo un segundo en perpetrar una masacre genocida que ni el paso del tiempo permite digerir, con hombres formados para la guerra que no dudaron en tirarse de cabeza en la olla del infierno, el pozo sin fondo adonde van los que cometieron delitos imperdonables e imprescriptibles, y arrasaron con los mejores. Con los delegados que tuvieron valor para reclamar por los derechos  de sus compañeros, con docentes que no tuvieron cara para dar ERSA y le explicaron a los pibes lo que estaba sucediendo, con médicos y enfermeras que no concebían asistir en silencio al robo de bebes, al rito monstruoso del que viene a llevarse a la parturienta que acaba de dar a luz para hundirla inmediatamente en las sombras que amenazaron durante años a todos los argentinos, incluso a los que apoyaron el golpe de estado. Nadie estaba a salvo en las noches gobernadas por jaurías de asesinos, ladrones y violadores, al amparo del estado terrorista. La democracia no iba a alcanzar para recuperar lo perdido, los desesperados que se oponían como podían, empuñando las armas, tratando de hacer respetar la justicia, cobijando perseguidos o dejando cartas de denuncia en los buzones, de a poco van recibiendo el reconocimiento de la sociedad, y los acusados el rigor de la justicia. Sin embargo, la peor parodia al drama argentino de los años 70 que tantas vidas valiosas costó es esta lucha a muerte que empaña cada jornada de fútbol, con lúmpenes organizados que para poder cometer los múltiples delitos que se cobijan bajo las banderas de los clubes, ejecutan a sus enemigos como en la época de Los Intocables, un accionar que vaya uno a saber porqué no se quiere desterrar. 
El fútbol, que sobrevive por la pasión de los simpatizantes, en lo que respecta a la organización hace agua por todos lados. Con dirigentes irresponsables que dilapidan los recursos de los clubes buscando la campaña que les salve el pellejo, con árbitros que por incapacidad o malas artes resultan cada vez menos confiables, con la conducción cada vez más ineficiente de un Grondona demasiado mayor, y con el accionar impune de estas barras que se matan por el control de un negocio ilegal que tiene a los clubes como marco, a los dirigentes como rehenes y a los espectadores como víctimas del terror que pueden desplegar adentro y afuera de los estadios. 
No me siento en condiciones de exponer un plan efectivo como para desbaratar estas asociaciones delictivas de poca monta, que sin embargo, sorprenden por la virulencia con que dirimen a muerte sus diferencias. Pero sí puedo expresar que sin duda alguna no se observa que se responda a cada muerte con la decisión de terminar de una buena vez con este flagelo. Al menos, no va a ser posible mientras la presidenta, a la cabeza del Estado, dueño y señor del negocio del fútbol argentino, confunda increíblemente y de manera pública el accionar de estas barras asesinas con el de “hinchas apasionados que alientan desde el para-avalanchas a sus colores”, para luego de más muertes señalar que esto se va a resolver cuando “los clubes entreguen las listas de violentos para impedir su ingreso a los estadios”. Me animo a señalar que si se aborda de esta manera, la cuestión seguirá sin resolverse, el fútbol se jugará con cada vez menos público en las tribunas, y las barras seguirán siendo Los Intocables de esta historia.