por Omar Dalponte
nuevospropositos@hotmail.comSi algo en común tienen la gran Eva y la magnífica Cristina es el tremendo odio que un sector de nuestra sociedad, envenenado de maldad, ha profesado y profesa a una y otra.
Si algo ha caracterizado a los opositores al peronismo de antes y de ahora es el odio visceral que nos han tenido en el pasado y que en el presente, notablemente aumentado, sienten hacia nosotros. Esto ha sido una constante en la política de los últimos setenta años con datos realmente curiosos que uno puede apuntar al margen de la normalidad. Por ejemplo, muchos de los que insultaron e insultan a los distintos gobiernos peronistas, tal vez nunca estuvieron mejor que durante estas administraciones. Pero, a pesar de ello, el ascenso de los pobres les lastima el alma y no pueden tolerar que una empleada doméstica se vista decorosamente, que un simple trabajador tenga la posibilidad de sentarse a la mesa en un restaurante con su familia o disfrute de vacaciones en algún lugar de veraneo.
Es fácil entender por que las clases históricamente dominantes como la oligarquía, la gran burguesía, los buitres de las altas finanzas y todos aquellos que tienen que ver con los sectores concentrados de la economía y con espurias avanzadas colonialistas, hayan resistido siempre contra las políticas peronistas. El peronismo, en tanto movimiento nacional cuya acción siempre ha sido orientada a favorecer a las clases populares, indefectiblemente provoca la reacción de las minorías explotadoras y privilegiadas que no admiten la posibilidad de un mayor bienestar del pueblo. Entonces, esas minorías cuya ferocidad no tiene límites, nos enfrentan y procuran aniquilarnos. Esto es así, tan claro como terrible.
Pero lo que ridículamente constituye una actitud enfermiza con ribetes histéricos exacerbados respecto al peronismo, es el comportamiento de lo que comunmente se denomina la “clase media”. No en su totalidad, claro. Sino en determinados segmentos que eternamente pretenden ser lo que nunca llegarán a ser babeándose por el mundo de fantasías que le ofrece el capitalismo salvaje como se puede ofrecer zanahorias a un burro lejos de su hocico, con la mala intención de que nunca las alcance. La “clase media” o medio pelo argentino, mira a los poderosos con envidia y asume una postura de sumisión a los amos pensando estúpidamente que, alguna vez, podrá ser parte de esas “clases altas”. ¡Vanas ilusiones!. Los que así piensan nunca dejarán de ser lacayos gratuitos al servicio de quienes jamás le permitirán el ingreso a los círculos dorados de los lujos y placeres. Dispositivos descartables, en fin, que por desprecio a los humildes prefieren ser felpudos en las dependencias de servicio de la antipatria. Y así seguirán: integrando la desafinada orquesta que, de tanto en tanto aporrea
algunas cacerolas para despuntar el vicio.
Nada de esto es nuevo. Cuando en 1943 un grupo patriótico de nuestras Fuerzas Armadas destituyó al presidente conservador Ramón Castillo y decidió concluir con la etapa infame iniciada en 1930 con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, la oligarquía de aquel tiempo, hasta entonces dueña y señora de vidas y haciendas, sorprendida y enfurecida al olfatear lo que se instalaría en la escena nacional, inició una cadena de ataques cuyos eslabones se han ido sumando hasta el día de hoy. Derrocar a Castillo significó impedir el fraude que el conservadorismo tenía previsto para colocar en el poder a Robustiano Patrón Costas, un personaje siniestro, latifundista azucarero de la provincia de Salta, a quien el diario “El Laborista”, en su edición del 22 de julio de 1946 dedicaba lo siguiente: “Trabajadores, mansos y sufridos, vienen a protestar contra este señor feudal llamado Robustiano Patrón Costas quien estuvo a punto de ser presidente de la República como candidato del Partido Demócrata Nacional bajo el auspicio de Ramón S. Castillo. Patrón Costas ocupa las tierras de los coyas y desaloja a los pobres indios de donde han vivido desde siglos, y nadie le puede decir nada. Los toma a trabajar en su ingenio y les paga lo que quiere. Si los nativos encuentran que las condiciones del ingenio son demasiado duras y se escapan antes de cumplir su contrato, la policía particular de Patrón Costas los persigue como si fuera caza mayor, los balea y mata si es necesario”. La asunción de Patrón Costas a la presidencia de la Nación hubiese asegurado por largo tiempo la continuidad y profundización del régimen fraudulento y garantizado el estado de miseria vigente en nuestro país desde mucho tiempo atrás. Felizmente, abortada la posibilidad de que este personaje asuma la presidencia de la Nación, se abrió una ancha alameda por la cual los trabajadores argentinos caminaron hacia tiempos de progreso con escala en el 17 de octubre de 1945 y el 24 de febrero de 1946, jornadas de rotundos triunfos populares. La reacción ante el ascenso de los pobres no se hizo esperar. Las élites sectoriales parieron el “gorilismo”, atacaron feroz y sistemáticamente al peronismo acompañadas por el infaltable coro de sapos que, en lugar de compartir la felicidad con el pueblo, eligió colocarse el collar de perro faldero. Así, el medio pelo de la sociedad argentina, trató despiadadamente a nuestros hermanos provincianos, puso a Evita en el centro de sus ataques y fue cómplice, más adelante, de los encarcelamientos, de la proscripción,de las torturas y de los asesinatos cuando el peronismo cayó luego de diez años de gobierno exitoso. En la actualidad, durante esta última década de grandes realizaciones del kirchnerismo se reverdecieron los odios opositores bajo la batuta de la eterna Sociedad Rural y de poderosos medios de comunicación. También, como ayer, molesta a los sectores concentrados de la economía y de las finanzas que haya trabajo, se discutan convenios, que las universidades estén al alcance de todos y que a nadie le falte un plato de comida. También, como ayer, las caras deformadas por el odio de señoras, señores y señoritos que vomitan imprecaciones, son parte de las postal opositora al gobierno popular. De todas maneras en nuestra dolorida Argentina está demostrado que los odios hieren y matan, pero no pueden acabar con este enorme sujeto histórico que es el peronismo, ahora con ropaje kirchnerista.