viernes, 21 de febrero de 2020

Para el Viejo que se fue

por Lisandro Martínez

Estos amigos son todos distintos pero los lazos que establecemos con ellos son generalmente emocionales donde tácitamente están prohibidas las especulaciones.
    Del Viejo siempre guardaré el tesoro de la empatía y la complicidad que establecimos juntos sin plan previo. Pretendo retener esos instantes porque solo son nuestros y porque establecieron una relación que es difícil de restablecer cuando una parte se ausenta.
   A las 18:35 del 19/2 murió el Viejo a los 112 años (16 por su calendario) un inoxidable que estaba empecinado en vivir y había sorteado varios años viviendo bajo el rigor de la ley de la calle y un cólico renal severo un año atrás.
   En estos últimos tres días, cuando sus riñones estaban muy deteriorados, pedía insistentemente que lo ayudáramos a pararse para caminar hasta el jardín. Finalmente al mediodía, se quedó un rato al sol aprovechando y distrayéndose, mirando a lo lejos, pero entendía perfectamente que eran sus últimas horas y lo hacía saber mirándonos profundamente con sus intensos ojos negros pidiendo dos alternativas contradictorias: ayuda para seguir y ayuda para acabar con el dolor.
  Con el viejo nos conocimos en el 2007 y el 9 de julio en una tarde/noche paradigmática -cuando nevó en Buenos Aires- cuadró para que lo invitáramos a que se quedara a pasar la
noche en casa con nosotros. Entonces era un joven, hermoso que vivía enamorado de cuanta damisela pasaba por la cuadra, esto le reportaba enfrentamientos con otros galanes del barrio incluso con mi antiguo inquilino León que era un galán maduro pero todavía capaz de alzarse en armas. En esta rivalidad que ahora se desarrollaba puertas adentro, la Gorda -otra inquilina- jugaba un papel de mediadora con una capacidad enorme de arbitraje y en las crisis más profundas entre los dos postulantes que se disputaban todo tipo de amor, ella mediaba colocándose al medio para recomponer el cuadro de convivencia, siempre al borde de la ruptura por la acción de los dos encocorados competidores, que peleaban por un lugar.
   El Viejo fue parte integrante de nuestra vida casi 13 años y la rutina de salir a caminar que armamos desde el inicio, era la primera del día y como la disfrutábamos mucho la repetíamos todas las veces que podíamos durante cada día, porque nos conectaba en algo placentero y propio, como es acompañar al otro para relacionarnos hasta ser confidentes de alegrías o penurias entendiéndonos con la mirada inteligente que caracteriza a los amigos.
   Nunca aprobé que tuviera educación y si, lo preferí libre y sanguíneo, corazón con cola.
  Extraño -no han pasado ni 24 horas de su despedida- su alegría ilimitada cuando nos rencontrábamos.
  Como Neruda señalaba: “Murió mi perro y lo enterré en el jardín”, yo agrego: donde espera por mí el Viejo camarada que me enseñó a querer sin concesiones inyectándome de humanidad con su conducta.