miércoles, 27 de septiembre de 2023

Milei y la batalla cultural


por Juan Del Oso*

La democracia liberal está en crisis. No sólo en Argentina, sino en buena parte del mundo occidental. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el modelo de democracia americana se impuso en los países occidentales, entendiendo por ésta al sistema de gobierno elegido por el pueblo, división de poderes, periodicidad en los mandatos, alternancia en el gobierno y fundamentalmente respeto por aquellosque piensan distinto. Su contraparte, el modelo comunista, actuó como antítesis que a veces como freno y otras como impulso,evolucionó las ideas nacidas en los siglos XVIII y XIX.Entre estos dos conceptos hubo muchos intermedios, grises. Pero, sin lugar a dudas, a partir dela segunda mitad del siglo XX se constituye el período de mayor evolución económica, social, científica y tecnológica de toda la historia de la humanidad.

La caída del Muro de Berlín en 1989 marcó el fracaso de una forma de organizar la sociedad. La democracia liberal trató de incorporar a sus “huérfanos”: algunos ingresaron dócilmente, otros lo hicieron con una carga de ideas demasiado fuertes -que no significa injustas- para la lenta y progresiva evolución que pretende la democracia occidental y por último, un sector trató de reinventar las vencidas consignas culpando al nuevo orden de todos los males del planeta. Aparecieron así las “democracias absolutistas”, donde la vieja democracia liberal será tomada en sus formas, pero las prácticas gubernamentales se alejan muchísimo de su espíritu. “La mayoría obliga a la minoría a ser libre”, diría un jacobino. “Si no te gusta, armate un partido y ganá las elecciones”, es la consigna criolla. Inevitablemente esta concepción absolutista deja heridos. Y cuando esas heridas se repiten generan cansancio, fastidio, bronca. Ya no alcanza la recuperación de las formalidades institucionales para reparar tanto

atropello, la mentira y el fracaso que observamos a diario demandan la búsqueda de otro camino, aunque sea desconocido.

   Milei apareció como ese camino desconocido. Con conocimientos teóricos innegables, con diagnósticos económicos certeros, se mostró ante la sociedad como una alternativa distinta, irreverente e impiadosa con aquellos que, por acción u omisión, han llevado al país a la situación miserable en que se encuentra. El mensaje político en campaña debe ser claro y conciso,no es el momento de grandes explicaciones. Una palabra, un gesto, debe dar a entender la idea que se quiere llevar adelante. Y lo ha logrado. Con consignas en apariencia -a veces- disparatadas, ha puesto en jaque al relato vigente, permitiendo que aquellos que fueron ignorados, negados, en la construcción de las nuevas instituciones que la evolución demanda, hoy tengan una alternativa de expresar sus ideas. “Mi cuerpo es mío y yo decido”, sostienen las pañuelos verde, en algunos casos con un aire de autoritarismo que asusta. Pues entonces… ¿por qué no puedo vender mis órganos? Mi cuerpo es mío y yo decido. El matrimonio igualitario es otro ejemplo: una institución necesaria para aggiornarse a los tiempos y valores actuales, pero el fanatismo e intolerancia de algunos sectores -de uno y otro lado-, terminó imponiendo una posición sin siquiera intentar un consenso. Entonces, por qué si la familia moderna es un concepto que no hace necesariamente referencia a un vínculo biológico o legal, sino que refiere a los vínculos de atención, cuidado y afecto… yo no puedo sostener que “mi familia soy yo y mis perros…”

    El ataque al mérito, esa formación que nos han dado nuestros mayores de estudiar, trabajar, para superarnos honradamente hoy es víctima de embestidas por insensibilidad social. La “meritocracia” es una institución discriminante: el pobre no podrá reunir nunca los requisitos.El acceso a ese “cargo”, ahora estará dado por la pertenencia, el compromiso ideológico o la palanca. Y el pobre-todos en realidad- nos damos cuenta de la injusticia. “Terminemos con la casta” es la consigna. Con los derechos humanos ocurre lo mismo. Pretender un análisis objetivo de una situación dolorosa de la historia argentina conlleva la condena por “negacionista”. El relato oficial ha impuesto que sus “verdades” son sagradas. Los desaparecidos son 30.000 y eso no se discute. El cansancio de la sociedad ante tanta arrogancia, la injusticia evidente de no darle un lugar de reconocimiento a aquellos que han sido víctimas inocentes de un accionar político violento, han provocado un hartazgo social que también tomaron las ideas de Milei como redención.

   El debate está abierto. No hay duda que el pensamiento único hoy tiene un refutador. Podemos dudar por su vehemencia o el exagerado énfasis, pero la batalla cultural hoy tiene un retador de altura. Entiendo los miedos que provoca lo desconocido. Hace unos días en un reportaje del diario La Nación (15-9-23), el economista Juan Carlos de Pablo -persona criteriosa entre los criteriosos- sostuvo que “el Milei profesional que yo he tratado en todos estos años no tiene nada que ver con el loquito que aparece por televisión”. Quizás esto nos ayude a comprender al personaje.

   (*) Médico y primer candidato a concejal de La Libertad Avanza