miércoles, 13 de enero de 2021

Memorias granates: Escalera al cielo

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

 
  El tipo iba caminando por Gaebeler hacia Margarita a paso lento pero firme, de lo más tranquilo. Andaba bien de salud, se mantenía en peso y a punto de cumplir los 80 tenía muchos motivos para disfrutar de la vida. No iba rápido, iba sonriendo. Y no fue de golpe. Primero sintió un mareo y luego como si le hubieran apretado un Magiclik en el pecho. En seguida se dio cuenta de que era grave, que en su interior algo se había roto y que inevitablemente se moría. No le dolió nada, no le faltó el aire. Fue como que se hubiera quedado sin pilas. Se apoyó contra la pared, se fue deslizando hasta quedar sentado en la vereda y entonces volvió a su memoria la mañana en la que habló en la Asamblea del Club Atlético Lanús. Su intervención había sido un éxito, por varios días en la ciudad no se habló de otra cosa, y él lo recordaba como el momento más destacado de una vida signada por el perfil bajo. Y


ahora, mientras espera exhalar el último aliento, siempre con las piernas estiradas y la espalda apoyada contra la pared, repasa aquella intervención. No lo había planeado, jamás se le hubiera ocurrido, era demasiado tímido como para intentar sobresalir. Estaban siendo aclamados los dirigentes de Lanús que presentaban un balance para la historia, y el clima de la Asamblea de Socios era de genuina alegría. Todas las mociones se habían aprobado por aclamación. Y ahí fue que sintió que faltaba cerrar con algo emotivo; pensó una idea y pidió la palabra. Primero se sumó a la aprobación general del balance con palabras sencillas y reconocimientos de rigor, y concluyó con la frase que tanto impactó a todos los presentes: “Quiero decir que me gustaría morirme pronto para ir a contarle a mi viejo lo que es hoy el club Lanús…”
     Lo había dicho con sinceridad, sorprendido de sí mismo y con esa fe inquebrantable de todo aquel que nunca puso en dudas la existencia de Dios y toda su liturgia. Y ahora, sentado en la vereda de Gaebeler, recuerda aquel momento mientras se va de este mundo con una sonrisa, sin dolor, sin sorpresa, casi feliz.  Ya está con su padre, con el hermano de su padre, que viene a ser su tío, con el padre de ambos -su abuelo- que se había criado con Carlos Pointis, con un amigo de su abuelo y con un vecino de la cuadra que, según él, había peleado el puesto con el Colorado Manfrín en 1925, y que había fallecido el tristemente recordado 20 de junio de 1973, el día que volvió Perón y se produjo la Masacre de Ezeiza. El deceso de Don Chicho, así lo llamaban todos, se había producido aquella mañana histórica a causa de un síncope cardíaco, mientras acomodaba los cajones en la feria de Madariaga y 9 de julio.
   La cuestión es que en el cielo todo se conecta muy rápido: La gente conserva la apariencia que tenía al morir y viste la misma ropa de sus últimas horas. Nadie tiene prisa, nadie tiene ocupaciones, y cada cual se junta a cualquier hora, en cualquier lado y con quien se le antoja. Mientras a éste señor que acaba de morir en Gaebeler y Margarita los paramédicos le cierran los ojos, este mismo señor, en su versión celestial, ya se está abrazando con su padre y el resto en torno a la mesa de algo así como un bar, y ahí nomás les cuenta la historia de su último pensamiento. “’Tengo ganas de morirme pronto para ir a contarle a mi viejo lo que es hoy el club Lanús’, les dije, y ahí terminó la asamblea. ¡No saben cómo me ovacionaron!” El padre lo miró emocionado y miró a los demás, los que iban a la cancha con él, los que sufrían los sinsabores que por entonces eran tan comunes a la vida deportiva del club, que lo premiaron con un aplauso y un brindis. Los pobres no entendían nada, el recién llegado tuvo que contarles el resto de la historia: la ciudad deportiva, los anexos, la escuela, las dos piletas climatizadas, La Fortaleza de cemento. Y ahí nomás la Copa Conmebol 96, el Apertura 2007 con vuelta olímpica en la Bombonera, la Copa Sudamericana 2013, los tres títulos de 2016, con tres finales inolvidables ante San Lorenzo, Racing y River, todas  a cancha repleta. Ellos asentían con la cabeza, pero tranquilos, ni muy sorprendidos ni muy alegres. “Mirá vos…”, dijo su padre pensativo cuando le contó cómo Lanús dio vuelta la semifinal contra River para obtener la clasificación a la final de la Libertadores 2017.
   “¿Y qué pasó en la final con el Gremio?” preguntó el abuelo con un interés que hasta ahí no había evidenciado. La respuesta inmediata precedió a otro silencio: “La perdimos, nos faltó suerte. En la ida en Porto Alegre, el arquero de ellos tapó dos claritas de gol en el primer tiempo y en el segundo Lanús retrocedió para aguantar el empate y nos vacunaron en el minuto 83”. El abuelo escupió a un costado y expresó: “¡Era fija! ¡Siguen siendo los mismos turros de siempre, unos vendidos!”.
  -Es como yo te digo –terció Don Chicho- siempre se dijo que los dirigentes no quieren ascender. Dicen que no les conviene…
   “El tema fue la segunda amarilla de Braghieri allá en Porto Alegre, eso nos mató. En La Fortaleza, ante 50.000 personas, terminamos defendiendo con García Guerreño y Herrera, y Gremio nos ganó bien…”, intentó explicar  el muerto más reciente. Los otros cuatro se quedaron en silencio, intercambiando miradas. -Me imagino que habrán ido a cagar a piedrazos los vidrios de la sede, ¿no?- preguntó el tío, y el amigo  de su abuelo agregó: -Mamma mía, que manga de vendidos…. Se hizo un largo silencio. -¿Así que esos hijos de puta arrugaron con esa murga del Gremio…?- volvió a hablar su padre, que ahora apoyaba en la mesa el vaso de vermú para sacar del bolsillo el viejo carnet librito y romperlo al medio con bastante pericia, masticando la bronca. -Son todos vendidos… -dijo el hermano más joven- nunca me voy a olvidar de aquella final con San Telmo en cancha de Huracán que nos volvimos con el culo roto… - Y acto seguido saca un carnet más moderno, y lo corta con el cuchillo. -Roñosos, manga de cagones, ¿llegan a la final de la Copa Libertadores y se dejan ganar por esa murga del Gremio?- dice Don Chicho, y otro librito granate partido al medio que se suma a la pira. El abuelo rompe el suyo meneando la cabeza sin decir nada, casi como por costumbre. -Y encima nos quieren chamuyar con eso de la bandeja de arriba…- agrega el  amigo de su abuelo  fallecido andá a saber cuándo, que luego pincha una aceituna y no rompe ningún carnet porque jamás en la puta vida fue socio del club.