sábado, 26 de diciembre de 2020

Memoria granate: Un destino ferroviario

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com


En 1928, Lanús cambia de casa. No vuelve a alquilar los terrenos de Margarita Wield y San Lorenzo, propiedad de Bautista Rossi, terrateniente amigo de Barceló. La primera cancha de Lanús, allí desde 1915, estaba en un predio de 258,7 x 221,2 metros -Néstor Bova, Centenario Granate, Tomo 1, página 25- un terreno que se inundaba en demasía, bastante alejado de la parada del tren, y en una zona plagada de bandidos. Silvio Peri, el presidente del club, era un vecino adinerado de


Villa General Paz, hombre con buenas relaciones políticas y sociales, su carácter emprendedor le daba impulso al crecimiento institucional. Después de discutir mucho para obtener la aprobación de la Asamblea de Socios, logró imponer la idea de cambiar de cancha, y consiguió en alquiler un predio en las despobladas extensiones de la curva de Escalada, adonde desde 1901 estaban los talleres de la firma de capitales ingleses Ferrocarril al Sud. Los talleres Estaban muy cerca de la estación Remedios de Escalada, al este de las vías, y con los años sus instalaciones fueron creciendo hacía la parada Lanús.
   Pocos años antes, en 1888, cuando la zona era todo campo con algunas villas muy distantes entre sí, a Guillermo Gaebeler se le dio por fundar Villa General Paz, 56 manzanas ubicadas al este de las vías. Eran tierras de superficies agrestes e irregulares y se inundaban constantemente. Eran extensiones olvidadas que cobraron valor a partir de la inauguración del Hipódromo. Con la llegada de los talleres se creó la laguna de petróleo, una alucinante acumulación de combustibles quemados y otros desechos que se extendía muy cerca de la calle Arias, a la altura de la continuación de Córdoba. A cambio de un alquiler muy bajo, apenas 50 pesos mensuales, el “Gaucho” Peri consiguió el lote ubicado en el vértice donde se cruzan las dos calles rectas, Arias y Esquiú, que cierran el cuarto de círculo que conforma la que pronto será llamada la curva de la Muerte, debido a los muchos accidentes fatales que se producían en la barrera de Castro Barros.
    El terreno en cuestión tenía 180 metros de frente sobre calle Arias, se iniciaba en Acha pero terminaba a treinta metros de Esquiú. De fondo tenía 250 metros, hasta la traza de la calle Álzaga. Eran campos intransitables, regados de combustible, tuercas y tornillos, y poblados de alimañas. Lanús dejaba atrás la mítica cancha de Margarita y San Lorenzo, en la que había brillado el elenco de Los Rosarinos que obtuvo el tercer puesto del torneo de Primera de 1927, detrás de Boca y San Lorenzo, competencia que contó con la participación de 38 equipos, para cumplir un viejo sueño; instalarse más cerca de su lugar de origen, Villa General Paz. A pocos días de su acta constitutiva, los fundadores del club habían alquilado el predio de Margarita y San Lorenzo. Allí se levantaría la más hermosa de las señoriales tribunas oficiales techadas que solían tener las mejores canchas de entonces, donde a los ricos y a las fuerzas vivas solían servirle el té durante el partido.
    A partir de 1928, Lanús se comprometió a pagar mensualmente los cincuenta pesos de alquiler, algo que al principio cumplía con rigurosidad, a veces con dinero de Peri, Dacrema, Iguzquiza o algún otro de los varios jóvenes potentados que fundaron al club. La mayoría de las veces, ante la falta de personería jurídica de la novel entidad, asumían los compromisos con los bienes personales de los socios más caracterizados en garantía, que además debían bregar para que los vecinos de menos recursos tengan su cuota al día para poder disfrutar de las instalaciones. La relación contractual con los ingleses terminó en 1948, cuando el gobierno de Perón nacionalizó los ferrocarriles, y con ellos sus tierras. Lanús se quedó sin acreedor. Más adelante, y gracias al esfuerzo de otra generación de socios más humildes que también supieron respaldar las deudas de la institución con sus garantías personales, el estado será más benévolo aún con el club.
    La historia se nutre de datos de la realidad y, también en parte, de las distintas interpretaciones. Silvio Peri no fue un hombre querido, sobre todo por su carácter altanero y  autoritario, y su simpatía por la Liga Patriótica, liderada en Lanús por Juan Rasetto, presidente del club entre 1919/21 y 1931/33. La Liga fue la agrupación juvenil armada de la oligarquía, responsable de la sangrienta Semana Trágica de 1919, a la que la entidad adhirió, según revela el trabajo Club Atlético Lanús, Vida Social, Política y Deportiva, Tomo 1, página 38, recientemente editado por el club. Pero analizando los resultados de sus gestiones, encontramos que Peri vendió un solar de su propiedad ubicado en la calle 9 de Julio, y lo entregó a pagar con enormes facilidades -parte de la misma se conserva como sede del Museo del club- y fue determinante para la consolidación institucional de fines de los años 20, que puso a Lanús en el profesionalismo. Nadie es perfecto. O tuvo mucha suerte, o así como supo ver a cuál de las dos Ligas de fútbol amateur convenía integrarse en los albores del profesionalismo, también tuvo la visión de que esos terrenos tarde o temprano terminarían siendo patrimonio del club.
    Vivía al sur de la laguna de petróleo un personaje espectral: Un viejo huraño y malevo que criaba chanchos en medio de la nada, una vida de historieta suburbana que solía tener ribetes demenciales cuando el viejo la emprendía a los tiros de rifle o escopeta contra el piberío que se acercaba a su rancho. Era él, sus chanchos, y la inmunda y peligrosa laguna, que vuelta a vuelta los Bomberos encendían para quemar parte del combustible estancado. El resto era tierra olvidada, sin destino, tapiada con una empalizada de acero en el único tramo que daba a la civilización: La calle Arias, entre Acha y Oncativo, que limitaba con la pujante Villa General Paz. Como podían, los pibes del barrio hacían huecos para entrar con la intención de descubrir nuevos lugares y hacerlos aptos para el juego de fútbol. Algunos fueron míticos cuadrados de tierra alisada, como la canchita de “La Carbonilla”, ubicada a la altura de Oncativo, adonde sólo jugaban los mejores, y era la antesala al ingreso a las divisiones inferiores del club Lanús.
   En 1955 Perón fue depuesto y el peronismo proscripto. Durante los años de la Libertadora y los gobiernos civiles bajo su mando, los ferrocarriles siguieron siendo del estado y a Lanús nunca lo molestaron. Recién a finales de 1975, dos años después del último retorno de Perón y a pocos meses de la caída de Isabel, otro presidente de Lanús, el Tano Lorenzo D’Angelo, diputado nacional por el Justicialismo desde el 25 de mayo del 73 y hasta el 24 de marzo del 76, usó ese tiempo para ocuparse, junto al escribano Aramouni, también caracterizado socio Granate y diputado por Buenos Aires de la Democracia Cristiana, para que las dos cámaras aprobaran la sesión definitiva de aquellos 41.200 metros cuadrados que había alquilado Peri, más la de otros 65.800 metros cuadrados que logró anexar al patrimonio institucional, totalizando 107.000, logrados contra reloj poco antes del golpe de estado de 1976. Esta es la historia de las casi once hectáreas del club Lanús, parte fundamental del patrimonio de la entidad.
    Peri fue el emprendedor inicial de la transformación de aquellos terrenos inhóspitos, convertidos hoy en el sector más activo de la ciudad. Muchos años después del arrendamiento, el último caudillo peronista y varias veces electo intendente de Lanús, Manuel Quindimil, inauguró el Parque Eva Perón, donde el esfuerzo de los  vecinos y la naturaleza habían vencido definitivamente a los desechos químicos y al abandono. También el Rugby Club recibió dos hectáreas en comodato. Y un poco más allá, en diagonal, cruzando 29 de septiembre, en los primitivos galpones de 1901, a mediados de los 90 se instaló la UNLa, una universidad pública modelo que revitalizó el barrio de Escalada Este. En esos parajes tuvo lugar el milagro. Y cosa e’ Mandinga, fue durante el mandato del menos peronista de los presidentes peronistas que tuvo hasta hoy la Argentina, cuando la zona del pozo de los desechos del ferrocarril, la vieja laguna de petróleo se transformó en el parque céntrico de una de las ciudades más densamente pobladas del país, que se pintó de Granate para siempre.
Curiosamente, en las dos canchas de fútbol infantil del impactante Polideportivo del Club, sobre todo en los días de humedad, suele brotar un llamativo barro de color negro fuerte, difícil de lavar. Es la historia del club, de sus terrenos de origen ferroviario y de la laguna de petróleo, que surge de las entrañas de la tierra para acreditar su pertenencia ferroviaria y sostener su lucha interminable contra el olvido.