PUBLINOTA
Puede parecer extraño, incluso ridículo, pensar que alguien elija compartir sus noches —o sus días, ¿por qué no?— con una muñeca de silicona. Pero las realistic sex dolls ya no son lo que eran. Atrás quedó la idea caricaturesca de un objeto inflable y torpe. Hoy, la conversación gira en torno a muñecas hiperrealistas que imitan no sólo el cuerpo, sino también la piel, el peso, el movimiento… y hasta cierta presencia que desafía los límites de lo real.Hay quienes las levantan de la cama y las
sientan a la mesa porque el peso (35, 45, 55 kilos de TPE premium —o incluso el
de un sex doll silicone torso más compacto y
manejable) hace que el gesto se sienta real. Hay quienes les ponen perfume en
el cuello y se quedan un rato oliendo, porque el cerebro completa el resto. Hay
quienes lloran encima de ellas después de hacerlo, porque por primera vez en
años alguien “se quedó” toda la noche sin pedir nada a cambio. Eso también es
intimidad.
¿Es compañía? ¿Es placer? ¿Es curiosidad? Las respuestas cambian, pero la búsqueda es clara: queremos intimidad sin juicio, deseo sin reglas, conexión sin el ruido del afuera. En un mundo donde los vínculos son cada vez más difusos, donde el ghosting compite con el “visto” eterno y el algoritmo se mete hasta en el amor, tal vez no sorprenda tanto que haya quienes exploran otros formatos de vínculo afectivo-sexual. No todo se trata de reemplazar lo humano. A veces se trata de inventar lo propio.
Muchos las visten con ropa interior que nunca usarían con una pareja real, porque aquí no hay mirada
crítica. Las peinan, las maquillan, les hablan bajito antes de dormir. No es “hacer de cuenta”; es construir un espacio donde el afecto fluye en una sola dirección y, paradójicamente, vuelve curado. El cuidado unilateral también puede ser medicina cuando el mundo te enseñó a no esperar nada.El uso de una realisitic sex doll —puede ser parte de una fantasía concreta, una etapa de experimentación o incluso una manera de sanar —sí, sanar— el cuerpo y la mente después de experiencias complicadas. En ciertos casos, también aparece como una herramienta para personas con discapacidades físicas, sociales o emocionales. Y ahí, el juicio se cae solito.
Además, seamos honestos: lo que excita no siempre se explica. El deseo no entiende de manuales. Y el realismo de estas muñecas —texturas, miradas, posiciones, personalización extrema— tiene mucho que ver con eso que no se puede decir pero se siente en la piel. Incluso si la piel es de silicona.
Porque cuando la luz de la mesita incide justo
en los poros falsos y el pecho sube y baja con la respiración artificial que le
programaste, por un segundo dudás. Y en esa duda late algo profundamente humano:
la necesidad de ser visto, tocado, querido —aunque sea por alguien que nunca va
a irse.
¿Estamos listos para aceptar que la intimidad ya no tiene una sola forma? Tal vez no. Pero estas muñecas ya existen, están entre nosotros, y nos interpelan con una pregunta directa: ¿qué es lo que realmente buscamos cuando buscamos contacto?
