sábado, 25 de julio de 2020

Duelo de Gallegos

por Marcelo Calvente

marcelocalvente@gmail.com

Al finalizar el año 1984, el Deportivo Español adquirió el pase del delantero Claudio Nigretti, que había tenido una gran actuación, marcando 18 goles en 34 partidos. El futbolista formado en el club venía teniendo muchos desencuentros con parte de la dirigencia. También dejaron la entidad Juan José Sánchez, que se fue a San Lorenzo, y Attadía y Sicher, que fueron vendidos a Racing. Tal como era su costumbre, Francisco Ríos Seoane, 19 años al frente de Deportivo Español, venía incumpliendo con los pagos acordados por la transferencia del goleador. Un grupo de dirigentes granates encabezado por González y Díaz Pérez se hicieron presentes en el club del bajo Flores a una reunión de Comisión Directiva para llevar su reclamo. Ríos Seoane no había llegado. Los dirigentes granates expusieron su problema ante el resto de la comisión sabiendo que esas cuestiones estaban en manos del presidente, quien manejaba todo de manera autoritaria. Al finalizar la reunión se hizo presente Ríos Seoane y muy amigablemente invitó a la delegación de Lanús a cenar en el restaurante del club, por entonces un lugar de moda y muy concurrido, junto a un grupo de dirigentes de la entidad local de su más estrecha confianza.
    Después de charlar amigablemente durante un largo rato, Ríos Seoane dijo muy suelto de cuerpo que no iba a pagar, y cuando se le pidieron explicaciones dijo que no lo iba a hacer porque no se le daba la gana. Carlos González se paró y lo insultó de arriba abajo, a lo que el Gallego agarró una botella con la intención de partírsela en la cabeza al presidente de Lanús, quien sin dudarlo un instante agarró un sifón para responderle. Volaron sillas, hubo empujones. En el concurrido local, que minutos antes estaba envuelto en el bullicio de los
numerosos comensales que conversaban animadamente, de pronto se hizo un pesado silencio y todas las miradas se dirigían al tumulto que involucraba a los dirigentes de ambos clubes y a los que intentaban con mucho esfuerzo calmar a los contendientes. Finalmente llegó la paz y ambos grupos arribaron a un acuerdo, que Español, como siempre fue su estilo en tiempos de Ríos Seoane, fue cumpliendo a su antojo.
     Para hacerle entrega de los cheques invitó a los dirigentes de Lanús a un gran almuerzo que realizó la Unión Latinoamericana de Cerveceros en el conocido restaurante El Mangrullo, ubicado en la ruta de acceso al Aeropuerto Internacional de Ezeiza, y puso como condición para cerrar el acuerdo la asistencia de una delegación del club. Ya en el lugar, Ríos Seoane los recibió, les extendió los cheques y agradeció la presencia de los dirigentes de Lanús. Luego continuó atendiendo a otros importantes visitantes. Cuando la reunión estaba en su apogeo, el locutor a cargo de la animación del evento comenzó a nombrar desde el estrado a las delegaciones presentes, en gran parte provenientes de importantes industrias cerveceras del resto del continente. Al llegar el turno de la mesa que ocupaban los dirigentes Granates, el locutor señaló: “En la mesa número cuatro están los colados del Club Atlético Lanús, pido un fuerte aplauso para ellos, que lograron acceder sin estar invitados…” El restaurante estalló en una carcajada, y los dirigentes Granates se levantaron indignados y fueron en busca del presidente del Deportivo Español, que les había hecho pasar tamaña vergüenza, pero Francisco Ríos Seoane ya se había retirado del lugar…  
    Lanús venía de tratar con dirigentes humildes de clubes de barrio, como lo son la mayoría de los participantes de la Primera C, y se encontró con que en la B el que no corría, volaba. La palabra no valía nada y el proceder de los dirigentes era vergonzoso. La segunda mitad de los años 80 tendrían el mismo correlato en lo que respecta a frustraciones y sinsabores en el aspecto deportivo, pero después del infierno y de rivales como Piraña, también llegó el alivio de la consolidación del Grana como uno de los animadores principales de la Primera B, como había sucedido cada vez que le había tocado participar en la categoría. Con pocas modificaciones, Bertolini por Barzola, Marcelo Vázquez por Ramón Enrique, y Matuszyczk por Nigretti, con la creciente figura de Gilmar Villagrán, el futbolista más destacado de la década del 80, Lanús fue uno de los animadores del campeonato de 1985 de la que entonces era la segunda división de ascenso, que sería ganado de punta a punta por Rosario Central con una ventaja de 11 unidades sobre el segundo, San Miguel, debutante absoluto en la categoría y gran sorpresa del torneo. El Grana visitó a Racing por la 15ª fecha del Campeonato de Primera B de 1985 y la victoria granate por 2 a 1 resultó muy festejada en la popular visitante. La gente de Lanús había quedado con la sangre en el ojo por el robo descarado y la buena onda entre ambas hinchadas se había terminado. En el último tramo de aquel encuentro, mientras los de Racing sufrían el paso de los minutos, de la tribuna Granate surgió el ocurrente estribillo que perduró hasta después del pitazo final: “Siga el baile, siga el baile, al compás del tamboril, que esta tarde no nos ganan, ni aunque pongan a Misic…”
    El miércoles 9 de octubre fue la revancha en Arias y Guidi. Faltaban aún 10 jornadas de un largo campeonato de 42 fechas, Rosario Central era inalcanzable y ambos equipos venían bien, logrando entrar al octogonal por el segundo ascenso. Pero esta vez el Grana no pudo repetir: Racing alcanzó la victoria por 2 a 0 y Ramón Cabrero dejó de ser el entrenador. Finalizando su segundo año en la B, la Academia vio dar la vuelta a Central, y luego tuvo la fortuna de ganarle justicieramente a Atlanta la final del octogonal para volver a Primera sin pena ni gloria y con una gravísima situación económica. Lanús afrontó el tramo final  conducido por Ricardo Trigilli y clasificó para el octogonal final, siendo eliminado en la primera llave por Atlanta, que en el partido de ida lo derrotó como local por 2 a 0 en cancha de Ferro, y en la vuelta, en cancha de Boca, Lanús se impuso por 2 a 1, resultado que no le alcanzó para avanzar.
     Lo más doloroso para los dirigentes Granates fue que antes del inicio de la temporada, al momento de realizarse la venta de Sicher y Attadía a Racing, como la posibilidad de una convocatoria de acreedores en la Academia era muy alta, la operación se había pactado con la condición que de ninguna manera se iba a incluir en dicha convocatoria, en caso de que la misma se llevara a cabo, porque Lanús necesitaba imperiosamente ese dinero. Sin embargo, y para indignación de Carlos González, que no soportaba este tipo de traiciones, Racing no efectivizó el pago de la manera acordada, mientras crecían los rumores de que se preparaba la convocatoria de acreedores, la primera de la historia de la entidad de Avellaneda, y que la deuda con Lanús iba a estar incluida de la misma.
    Algunas semanas después, en medio de un caos político e institucional de dimensiones, el Racing Club convocó a sus acreedores por primera vez. El presidente de Lanús, Carlos González, que tenía la sangre en el ojo por la traición del presidente Enrique Taddeo y su mano derecha, Juan Destéfano, sin avisarle a nadie se presentó en la Asamblea llevada a cabo en la sede de la avenida Mitre. Había ido sólo, pidió la palabra, explicó quién era y los motivos de su presencia: expresar su negativa a aceptar dicha propuesta por la traición de Racing al haber incumplido la palabra dada e incluir en la convocatoria lo adeudado por los pases de Sicher y Attadía. González se retiró insultado y amenazado por los dirigentes y allegados presentes, varios de ellos armados, quienes lo persiguieron hasta su automóvil, pero con la cabeza en alto, con esa valentía fuera de lo común, casi suicida, que quienes lo trataron le conocían.