domingo, 22 de julio de 2012

Jugando a ser Manolo Silva


Por Marcelo Calvente

marcelocalvente@hotmail.com


Santiago Silva
Como ocurre en toda historia de amor, el romance eterno entre el hincha y sus colores es una sucesión de grandes y pequeños recuerdos, algunos muy felices, otros desgarradores. Mis primeras imágenes de Lanús datan del ascenso de 1964

Lodico con el autor de la nota
y fueron multitudinarias y festivas. Yo desconocía el significado de la palabra gloria pero  comprendía que se trataba de eso que estaba presenciando de la mano de mi viejo.  Click: La vuelta olímpica. Click: El Nene Guidi en andas. Click: Las fotos de Silva y Acosta en los diarios y revistas, la media cuadra hasta mi casa a cococho y un cucurucho de papel de diario lleno de maníes calentitos. La primera división, la fama de los Albañiles, el respeto de los rivales. ¡Que humildemente orgullosos estábamos los hinchas de Lanús por entonces!  Aquella época de alegría me duró menos que el acné. Snif…El descenso en 1970. Click: El ascenso del 71, y snif… el inmediato retorno a la “B” en el 72. En el 73 no estuvimos ni cerca de volver, en el 74 nos eliminó Estudiantes de Buenos Aires. 
Corría el año 1975
. Aquella tarde, en cancha de Huracán, cuando todo estaba dado para ascender a primera, fui uno de los quince mil granates perplejos que vieron festejar a los quinientos hinchas de San Telmo presentes. Pero eso no fue lo peor. Lo que me partió el corazón fue ver desde cerca los despiadados insultos a Manolo Silva, mi ídolo de la infancia, aquel al que invariablemente solía jugar a ser. Silva se había perdido varios goles cantados. Recuerdo su cara de dolor y de humillación, lo vi de cerca pegado al alambrado, detrás del arco que da a Vélez Sarsfield, sufrir ante cada situación desperdiciada y ante cada insulto recibido. Llorando lo vi llorar al finalizar el encuentro que ganó San Telmo por 1 a 0. Manolo Silva, que ese día jugó su último partido, se encaminaba vencido a los vestuarios en el marco de la peor despedida, mientras aquel pibe que fui jugando a ser Silva dejaba atrás la niñez al verlo retirarse viejo y vencido, insultado por los propios hinchas.
Sin embargo, el libro de Néstor Bova -indispensable, necesario, hay que tenerlo siempre a mano- hace unos días me entregó algunas precisiones reveladores sobre aquel suceso. En mi memoria estaba la idea de que en los albañiles, Silva era el que tocaba y Acosta el que la metía. Reforzaba esa suposición el hecho que el paraguayo se había consagrado goleador del Metro 67, por entonces toda una hazaña para un delantero de cuadro chico. El Baby Acosta jugó 174 partidos y convirtió 89 goles, ocupando la tercera posición en la tabla histórica de artilleros granates. Para mi sorpresa, Silva ocupa el cuarto lugar, con dos conquistas menos. En el libro “96 años de historia granate” pude revivir aquellas jornadas doradas de “Los albañiles” que el paso del tiempo fue nublando en mis recuerdos; aquel ascenso del 64, el 7 a 2 en Quilmes y los 7 al Chacarita Campeón,  un 4 a 1 con baile al Racing de José, con Manolo jugando uno de sus mejores partidos.
Ángel Manuel Silva, después de triunfar en Newell‘s entre el 71 y el 73,  luego de un paso sin brillo por Banfield en el 74, volvía a Lanús en el 75, aunque demasiado golpeado. Durante el extenuante torneo de ascenso fue el más respetado, figura y referente de un equipo que tenía todo para ser campeón, y en la derrota cargó sobre sus hombros con toda la bronca de sus hinchas.  Y otra vez el libro de Bova, y otro dato revelador: En aquel torneo, roto y todo, Silva fue el máximo anotador del equipo con 18 goles, y estuvo en 35 de los 43 partidos que jugó Lanús. Y otra sorpresa: El Ángel que en mi memoria se retiraba viejo y vencido, apenas tenía la edad de Cristo. ¿Tan mal había jugado ese partido? ¿Tanto como para gritarle ¡Vendido!, como para putearlo con odio, para chiflarlo sin compasión? 
Caminar por el Polideportivo un día de semana es tropezarse con nuestra historia. Es significativo comparar aquellos terrenos imperfectos donde la hacíamos rodar como podíamos con el césped sintético de las canchas construidas sobre ellos. Es difícil quitar de la vista lo mucho construido para encontrarse con aquella inmensidad regada de tuercas y tornillos que fuera tan propia y que tanto se parecía a la felicidad. Y en estas canchas donde hoy miles de pibes se prueban con la misma ilusión que todos tuvimos, se puede ver a recordados futbolistas granates de distintas épocas, como Ramón Cabrero,  Gilmar Villagrán, Julián Kmet, y el Turco Salomón, entre varios otros,  entregados a la tarea de formar a esos privilegiados que logran el honor de vestir la casaca más bella. 
Me encuentro de manera casual con José Luís Lodíco, arquetipo del vecino-jugador-hincha que ya no existe, y un extracto perfecto de nuestra identidad futbolera, protagonista de aquel partido que marcó mi existencia hasta generar esta nota. Me saco una foto con él. Click: Lodico sabe el fin de la historia. “Manolo llegó al vestuario llorando, decía que había sido su culpa. Todos sabemos que lo infiltraron y lo mandaron a la cancha  por lo que significaba su figura, sobre todo para los jugadores de los rivales más humildes. Pero no debió haber jugado, se lo pidieron y no se quiso negar. Fue terrible, se perdió goles hechos ¡Si ni patear podía! Le quedó el sabor amargo de una despedida que no merecía, y como estaba convencido que había sido su culpa, lo lamentó hasta su muerte”, me dice un nostálgico Pino Lodico aferrando la mano de su nieto que pugna por escaparse.  
Manolo murió a los 61 jugando al fútbol en el potrero. No tuvo perdón ni revancha, pero su talento, la estampa de crack desgarbado, el jopo rebelde y los implacables números de su trayectoria, sumados al paso del tiempo y a sufrimientos peores, finalmente le otorgaron el sitial destacado que merece ocupar en el podio de los que forjaron parte de la historia del Club Lanús y le sacaron brillo hasta volverse inmortales.